Uno de los principales consensos sobre los motores del desarrollo y el futuro de países y regiones es la educación. Está demostrado que juega un papel esencial en el crecimiento personal y social, al tiempo que impulsa el desarrollo económico, la innovación y la reducción de la pobreza.

Desde finales del siglo XX, nuestra ciudad ha apostado por construir una sociedad basada en el conocimiento, la innovación y un sistema universitario sólido. Los resultados del Índice de Competitividad 2024 confirman el impacto positivo de esta apuesta. Sin embargo, esa educación transformadora no ha llegado en igualdad de condiciones a toda la población, y muchas personas siguen al margen de sus beneficios.

Los datos de Manizales y Caldas revelan una tendencia preocupante. Informes como el Censo 2018, la Gran Encuesta Integrada de Hogares, el Informe de Calidad de Vida, los Informes de Competitividad y los reportes del Ministerio de Educación Nacional advierten sobre una caída sostenida en las coberturas de educación básica y media. A menudo, se intenta justificar esta situación culpando las proyecciones del DANE o comparando nacimientos del pasado con la población actual de 6 a 16 años. Pero estas explicaciones no son suficientes. La evidencia es clara: intentar tapar un problema hoy solo agrava las consecuencias mañana.

Si analizamos el ciclo educativo completo, los resultados son preocupantes. De cada 100 niños que ingresan a primero de primaria, solo 74 llegan a grado 11. De ellos, apenas la mitad accede de inmediato a la educación superior, es decir, 37 estudiantes. Y con una tasa de graduación universitaria nacional del 43%, finalmente solo 16 logran obtener un título profesional. Incluso en el mejor escenario, apenas 20 de cada 100 niños completan estudios universitarios.

Esta situación no solo compromete el desarrollo educativo, sino que también tiene repercusiones en el mercado laboral. La tasa de ocupación muestra una clara correlación con el nivel educativo: solo el 36% de quienes no terminan el bachillerato logran emplearse, frente al 53% de los bachilleres, el 66% de los universitarios y el 80% de quienes tienen posgrado. Así, la desigualdad educativa refuerza otras formas de desigualdad social (por zona, género, clase o grupo étnico), impidiendo la movilidad social y profundizando la segregación. Hoy, de cada 100 personas en edad de trabajar, 30 no completaron el bachillerato, 30 lo terminaron, y 40 tienen algún nivel de educación superior. Entre los menos educados -125 mil personas-, solo 45 mil tienen empleo, mientras que 80 mil están desempleadas o inactivas.

Por eso, el Informe de Competitividad 2024 lanza una advertencia crucial: la caída en las coberturas de educación básica y media pone en riesgo el futuro capital humano de nuestra ciudad. La política pública debe diseñarse con una comprensión profunda de la diversidad de nuestros ciudadanos. No todos somos iguales, y nuestras oportunidades tampoco lo son. Impulsar una ciudad basada en la innovación, incluso con inteligencia artificial, es una visión fascinante, pero no podemos olvidar a quienes quedaron al margen de los frutos de la educación.