Era el 29 de mayo de 2016. AC/DC, la legendaria banda de rock, estaba a punto de hacer historia una vez más. Ante más de 40.000 fanáticos en el Stade de Suisse Wankdorf, en Berna, Suiza, las guitarras rugieron y la multitud vibró al compás de los acordes. Después de casi dos horas de energía pura, Angus Young se despidió con sus icónicos solos y pasos de baile que electrizaron al público. El espectáculo había terminado, y con ello llegaba la parte que todos tememos al final de un concierto: la logística de volver a casa.
Berna, con sus 150.000 habitantes, no es una ciudad enorme, pero yo estaba hospedado en el otro extremo. Caminar hasta allá me habría tomado más de una hora, y siendo una ciudad desconocida para mí, no tenía claro cómo funcionaba el transporte público a esas horas. Asistir solo al concierto tenía sus ventajas, pero también sus desafíos. Al finalizar el show lo único que me quedaba era buscar a alguien que pudiera indicarme cómo regresar a mi alojamiento. Me acerqué a una persona, que con tranquilidad me explicó que podía volver como había llegado: en tranvía. Me dirigí hacia la estación, temiendo lo peor, imaginando una escena digna de TransMilenio en hora pico.
Al llegar me encontré con algo inesperado. Había al menos 20 trenes estacionados, perfectamente alineados, esperando que los asistentes del concierto se acomodaran sin apuro ni hacinamiento. Cada tren partía conforme se iba llenando de manera ordenada. Me dije a mí mismo: “Esto es Suiza, un país desarrollado”. Pero el fin de semana pasado, en el Grita Rock de Manizales, después de cada jornada, también había más de 20 buses listos, en fila, para transportar a miles de personas de Expoferias a la ciudad. “Esto es desarrollo”, pensé, “organización para un evento de esa magnitud en nuestra propia ciudad”.
Este nivel de organización y logística es admirable y no sería posible sin el apoyo de las instituciones, especialmente de la Alcaldía de Manizales. Gracias a esos respaldos económicos y logísticos, el Grita Rock logró reunir a artistas de talla mundial. Si bien hubo apoyos de la Gobernación y otras instituciones, lo importante es subrayar que también es fundamental que los privados se sumen a esta causa. Eventos de esta magnitud no solo requieren un esfuerzo público, sino una alianza con el sector privado para garantizar su sostenibilidad. Detrás del éxito de este festival, no solo está el apoyo institucional, sino también las personas que trabajan para que todo salga bien. Conozco a algunos personalmente, y me llena de orgullo ver cómo su dedicación y pasión hicieron posible que Manizales volviera a brillar como un punto de encuentro cultural.
El reto es claro: mantener este nivel de calidad y organización, y además, conseguir más patrocinadores privados que vean en el Grita Rock una oportunidad para invertir en la cultura de nuestra ciudad. Manizales se está consolidando como uno de los destinos más importantes para el rock en Colombia, y este festival es prueba de ello. Este tipo de eventos debe sentirse como propio, como parte del ADN de los manizaleños. De hecho, el impacto económico es también considerable, con visitantes de todo el país e incluso extranjeros que llegaron a disfrutar del festival, o que, estando en Manizales, aprovecharon para asistir.
Quiero felicitarlos por su compromiso y visión. Si seguimos en este camino, no tengo duda de que Manizales se convertirá en el epicentro de eventos que todos soñamos, tal como lo ha planteado el alcalde. Estamos en el buen camino, y el Grita Rock es solo una muestra de lo que podemos lograr juntos.