En mi última columna, pedí al Niño Dios algo más que juguetes o milagros. En ella, plasmé una serie de deseos para nuestra sociedad: mejores condiciones para el turismo sostenible, reciclaje desde lo público y privado, fortalecimiento de nuestros controles para ir mas seguros en la vía y transparencia en proyectos de gran envergadura como Aerocafé. Eran anhelos que expresaban no solo mis preocupaciones, sino también mi esperanza en un futuro mejor. Sin embargo, hay que tener en cuenta algo muy importante: esos deseos no se cumplirán por arte de magia, ni por la intervención divina de un tercero. El cambio que queremos ver no viene de fuera; debe comenzar dentro de cada uno de nosotros.

Como sociedad, hemos depositado demasiadas expectativas en que las soluciones llegarán desde arriba, desde las instituciones o incluso desde fuerzas fuera de nuestro control. Pero ¿qué pasa con nuestra responsabilidad individual? ¿Qué ocurre con las pequeñas decisiones cotidianas que, en conjunto, construyen o destruyen el tejido social?

Pensémoslo de esta manera: ¿cómo podemos exigir mejores condiciones para el turismo sostenible si seguimos dejando basura en nuestras calles y parques? ¿Cómo esperamos que haya un verdadero cambio en el manejo de residuos si no reciclamos en nuestras casas? ¿Cómo pedimos transparencia en los proyectos públicos cuando nosotros mismos caemos en prácticas como colarnos en una fila o buscar el “amiguismo” para poder tener ventajas sobre algo? Estas son acciones aparentemente pequeñas, pero profundamente reveladoras.

El cambio social que necesitamos empieza con gestos básicos y cotidianos. Es en el día a día cuando demostramos si realmente queremos una mejor sociedad. Ser solidarios con el vecino, respetar las normas de tránsito, cuidar los espacios públicos: todo suma. Es en estas pequeñas acciones en las que se forja una sociedad más justa, más ordenada y más feliz.

Además, la transformación no se trata solo de lo que hacemos, sino también de cómo pensamos. ¿Cómo nos relacionamos con los demás? ¿Fomentamos el diálogo o el conflicto? ¿Somos generosos con nuestro tiempo y recursos? Cambiar nuestra mentalidad para priorizar el bienestar colectivo por encima del individualismo es esencial para construir la sociedad que anhelamos.

El año nuevo siempre se presenta como una oportunidad para reflexionar y replantearnos nuestros hábitos y metas. No es simplemente un cambio de fecha, sino un llamado a ser mejores. Como comunidad, Manizales y Colombia tienen un potencial inmenso. Somos personas llenas de creatividad, resiliencia y sueños. Aprovechemos esa energía para hacer de nuestras acciones diarias un reflejo de los valores que queremos promover.

Termino esta columna (la última del 2024) deseándoles un año lleno de felicidad, no solo para ustedes y sus familias, sino también para todos como sociedad. Que esa felicidad se traduzca en actos de respeto y cuidado hacia los demás. Porque solo cuando cada uno asume su papel en el cambio, lograremos construir el futuro que tanto soñamos.