El abuelo tenía 88 años, era un arriero fuerte, un gran conversador y un contador excepcional de historias. Además, se destacaba como músico, tocando el tiple junto a sus hermanos. Nació en Marulanda y siempre se sintió profundamente orgulloso de su terruño.
A lo largo de su vida recorrió varias regiones del país, vivió la violencia y, por fortuna, tuve el privilegio de escuchar todas sus historias de primera mano.
El abuelo pudo envejecer con dignidad, a pesar de los problemas de salud que le dejaron secuelas, como el accidente que le provocó una fractura de cadera. Nunca pasó necesidades y fue respetado y querido por su familia y amigos, algo que tristemente, no siempre es el caso.
En Manizales hay cerca de 100 mil personas mayores. La gran mayoría no tiene una pensión, muchos enfrentan limitaciones físicas que les dificultan defenderse por sí mismos o disfrutar de una caminata por la ciudad.
Otros, que son bastantes, intentan sobrevivir día tras día realizando actividades que les permitan generar un mínimo ingreso para ellos y sus familias. Y algunos enfrentan las tres condiciones: no tienen pensión, están en situación de discapacidad y, aun así, deben salir a rebuscarse la vida en las calles.
Parece que estas personas se vuelven invisibles. Ojalá quienes lean esta columna comiencen a reconocerlas en su transitar diario por las calles de Manizales o en los lugares que frecuentan. Con un poco de atención, se darán cuenta de que, en muchos de esos rostros cansados, hay una persona mayor.
La realidad nos golpea con fuerza y siento que no estamos haciendo lo suficiente para comprenderla y prepararnos para ella.
En lo que respecta a las personas mayores, Manizales es una ciudad poco amigable, comenzando por cuestiones tan básicas como la infraestructura: calles, andenes, parques y edificios públicos son, en muchos casos, inaccesibles para ellos.
Es hora de pensar en esta ciudad a largo plazo, considerando las realidades demográficas actuales.
Todos, algunos más rápido que otros, llegaremos a ser parte de esas cifras. Este desafío debe ir más allá de la perspectiva de la economía plateada; necesitamos pensar también en la salud mental de los adultos mayores, en políticas públicas para los cuidadores y en un entorno digno y accesible para ellos.
Sino queremos pensar en nuestro futuro porque creemos que aún falta mucho para llegar a ser personas mayores, pensemos en nuestros abuelos o en nuestros padres, quienes seguramente ya están atravesando esa etapa.
Ojalá los viejos y las viejas de Manizales pudieran disfrutar de sus últimos años con la misma dignidad y amor con que el abuelo vivió los suyos. Ojalá, todas las voces de alerta que estamos haciendo desde hace años para atender a los adultos mayores, sean escuchadas por los gobernantes y podamos darles una vejez digna a nuestros ciudadanos.