Diciembre empieza con la bulla. En Manizales hemos copiado el inicio de la Navidad con la Alborada antioqueña: prender pólvora para celebrar el comienzo del fin de año. Lo que no se sabe —o usualmente se olvida— es que el origen de esa tradición es paramilitar. En 2003 alias Don Berna, entonces jefe del Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas Unidas de Colombia, ya desmovilizado, hizo prender fuegos artificiales en Medellín para dar a entender que, a pesar de haberse entregado, seguía mandando. Quizá sea por la nostalgia de las balas que estallamos el cielo a tiros.
(Sin mencionar los tres quemados que según el secretario de Salud de Manizales dejó el primer día de diciembre).
La bulla. No “El país de la belleza”: “El país de la bulla”. Las playas de Colombia son un concurso de bafles. Los domingos en Manizales solo se oye la voz de un locutor gritando para “animar” a los competidores de una nueva maratón. El carro de atrás pita antes de que llegue el semáforo a verde. ¿Y por qué pitar si el de adelante ya va a arrancar? No importa, que se joda. Los cafés, las salas de espera, los aeropuertos, las canchas y sus inservibles vuvuzelas. La misa de la iglesia cristiana los días festivos, el ejército de perros a las seis de la mañana, la fiesta hasta las cuatro de los enrumbados cantando cosas como +57. Todos unidos en un solo corazón: el ruido.
¿Y el que pide silencio? Es un aguafiestas, un malcogido, un amargado que debería irse a vivir a otro lado. “Si quiere silencio, pues lo silenciamos”, dirán. El supuesto argumento de que los colombianos y los latinos somos así, guapachosos, no debería ser suficiente para decidir que el ruido sea nuestra única condición de existencia. Una sociedad no puede vivir en paz si sus miembros no reconocen los límites de su deseo, los límites de sus libertades; si creen que la única forma de estar es haciéndole bulla al otro porque “Yo soy el que manda aquí”, “Porque puedo, ¿y qué?”.
He pensado en la relación entre Navidad y “vanidad”. En muchas casas la Navidad es sinónimo de quién puede hacer más bulla como el macho que alardea diciendo que lo tiene más grande. Diciembre es una especie de cantina al aire libre para demostrar la competencia de quién es más feliz. Pero lo que muestra esta necesidad de ruido, esta incapacidad del silencio, es que le huimos a la propia compañía, al estar sin necesidad de más, a las preguntas que seguramente insisten inclementes en lo profundo de la consciencia. La Alborada, el inicio de la Vanidad, más que acercarnos a una época de celebración, marca el inicio al eterno retorno del ruido como la huella de nuestro pasado (¿presente?) quemado.
Postdata: Me gustaría agradecerles a quienes nos acompañaron en la presentación del libro “Donde el eco dijo”, de la editorial Jaravela, el jueves pasado en JSB. Fue una noche inolvidable. Gracias también a La Patria por promocionar el evento. Va un abrazo silencioso.