El populismo es un destructor de las democracias. El tobogán del populismo nos lleva al autoritarismo y a la dictadura. El caso de Venezuela lo confirma: del populismo de Chavez, “Chavez es el pueblo…”, a Maduro el dictador. ¿Dónde están los puntos de quiebre? ¿Cuáles son los catalizadores que terminan degenerando unas democracias en unas dictaduras?
En el reciente libro de Yuval Harari, Nexus, aparece un análisis interesante que pone foco en dos elementos. Primero, cómo el populista se presenta como la encarnación de la voluntad popular; y segundo, cómo los gobernantes populistas comienzan a deteriorar los mecanismos de autocontrol del sistema, lo que en Colombia hemos llamado pesos y contrapesos, hasta que cooptan y desactivan cualquier esquema de control sobre ellos.
El peligro está en que los populistas afirman y así venden esa narrativa a la gente, que ellos son los únicos reales representantes del pueblo. Que los demás no los representan y si otros tienen el favor democrático es porque la gente está alienada. Los populistas consideran que el pueblo no es un conjunto de personas con distintos intereses y opiniones, sino que el pueblo es una especie de cuerpo homogéneo y unificado en una única voluntad, la voluntad popular. Así lo hizo Hitler. ¿Cuál es el problema? Que vacía el sentido de la democracia como una conversación entre distintas voces.
Hay pues, una perspectiva equivocada de lo que es el pueblo en democracia. Por ello, llegan a las dictaduras, una persona representa esa voluntad única.
En segundo lugar, este proceso de degeneración de las democracias se hace normalmente iniciando por los caminos de la democracia, pero cuando el populista llega al poder, ¿qué hace? Desactivar todos los mecanismos que el sistema democrático tiene para la autocorrección de errores y abusos. Son los parlamentos, tribunales, medios de comunicación y universidades, que son los protectores de la verdad, aún en contra de las mayorías. Por ello, una de las primeras tareas de los populistas en los gobiernos es desmantelar estos mecanismos. Buscan cooptar esas instituciones para poder manipular todo a su antojo y no tener controles.
Estos dos elementos, manifestación de la encarnación del pueblo por parte del gobernante, y el desmonte de los mecanismos de autocorrección, han estado presentes de manera implacable en Venezuela, pero también en Colombia en forma germinal.
Defender la democracia del embrujo populista, que degenera en dictaduras, es una urgencia en nuestro país. Y para ello debemos defender la autonomía del Congreso, la independencia del poder judicial, la libertad de expresión a través de los medios de comunicación y el fortalecimiento de la pluralidad de las universidades. Recordemos cómo el presidente desafía al Congreso cuando no aprueba sus iniciativas; cómo el presidente ataca de manera constante los medios de comunicación y a los periodistas; cómo el presidente está cercenando la financiación de la demanda para las universidades privadas. De pronto ya no estamos en el campo germinal… sino en un estadio más avanzado.