En el avión nos lo ofrecen como un plus. Unas páginas más adelante en este diario hay unos apartados incluidos. Los informativos tienen una sección exclusiva -que debería eliminarse algún día por su pobreza noticiosa- para contenidos de este estilo: A donde sea que miremos encontraremos ofertas de entretenimiento.

Son tantas las opciones para entretenernos que las despreciamos y, en ocasiones, no las notamos o las pasamos por alto. Son estímulos cortos que nos han habituado a poner la cabeza en otras cosas, quizás evadiendo la realidad.

Sin embargo, hay que tener claro que la búsqueda de entretenimiento es una característica inherente del ser humano. Las civilizaciones han desarrollado diversas formas de entretenimiento para aliviar la rutina diaria, proporcionar placer y fomentar la cohesión social. 

La búsqueda por el cambio de mentalidad y el entretenimiento se ha intensificado con el desarrollo tecnológico y la proliferación de medios que ofrecen entretenimiento constante y accesible. La televisión, el cine, los videojuegos y las plataformas de streaming han transformado el paisaje del entretenimiento, haciendo que el acceso a estos estímulos sea casi instantáneo y perpetuo. Nuestro nuevo estado es estar entretenidos.

Neil Postman, el pensador detrás del libro “Divertirse hasta morir”, argumenta que esta obsesión por el entretenimiento tiene consecuencias profundas para la sociedad que aún pueden ser inexploradas. Sugiere que el entretenimiento constante trivializa la información y convierte todo en un espectáculo, diluyendo la capacidad de la audiencia para diferenciar entre contenido significativo y superficial. No hay que ir lejos, películas como “The Truman Show” son representaciones artísticas de un mundo inventado para entretener.

La preferencia por el entretenimiento sobre otras formas de actividad intelectual y social puede llevar a una disminución del pensamiento crítico y la reflexión profunda, una de las mayores apuestas de la formación cultural.

La psicología también ofrece perspectivas sobre este fenómeno. La teoría del refuerzo de B.F. Skinner sostiene que los comportamientos que son recompensados tienden a repetirse. En este sentido, el entretenimiento actúa como un refuerzo positivo, proporcionando gratificación inmediata que fomenta su repetición. 

Este ciclo puede llevar a una dependencia, donde el individuo busca constantemente nuevos estímulos para mantener un estado de satisfacción, a menudo a expensas de actividades más constructivas y enriquecedoras.

Por desgracia, el auge del entretenimiento se superpone a las prácticas culturales profundas, generando confusiones sobre sus verdaderos significados. 

En Manizales, ciudad donde creemos (y hasta nos jactamos) que somos ricos en tradición y manifestaciones culturales, esta contraposición es evidente y hasta vergonzosa. 

El entretenimiento inmediato y superficial frecuentemente opaca la riqueza cultural, desvirtuando su propósito. Ya muchos apoyos van a formas vanas de entretenimiento, mientras se abandonan gestas culturales que tienen el carácter de transformar comunidades o sociedades.

Teóricos como Theodor Adorno advertían sobre la industria cultural y su capacidad para homogenizar las experiencias humanas, reduciendo el arte a un producto de consumo masivo. 

Ya Adorno había planteado que esta transformación convierte al espectador en un receptor pasivo, eliminando el espacio para la reflexión crítica y el compromiso con el contenido. Su planteamiento fue una premonición y así está sucediendo. 

En Manizales, la crisis cultural se está manifestando en la falta de apoyo privado (y algunos paños de agua tibia con dineros públicos) y el escaso sentido social hacia la promoción de prácticas culturales auténticas. La ciudad, que sustenta su fama en la Feria anual y otras tradiciones, enfrenta una encrucijada: el fortalecimiento de su identidad cultural o la pérdida progresiva ante el avance del entretenimiento fácil y efímero. 

Por eso es que vale preguntarnos sobre cuál es nuestro verdadero cariz cultural. Lo que noto ahora es que ya somos la ciudad de las fondas, la dipsomanía y los despechados. ¿Es esa nuestra identidad cultural?

La cultura implica un compromiso social, una reflexión sobre el entorno y una conexión con la comunidad. La cultura se entrelaza con el capital social y simbólico, y cómo su desvalorización puede debilitar el tejido social. La pérdida de apoyo cultural en Manizales desde hace años refleja una falta de reconocimiento hacia este aspecto esencial de la vida comunitaria.

Debemos reivindicar la cultura como un pilar de identidad y reflexión colectiva. Manizales debe encontrar un equilibrio, promoviendo el valor intrínseco de sus manifestaciones culturales frente a la tentación del entretenimiento vacío. Solo así se logrará un desarrollo cultural sostenible, enraizado en la comprensión profunda y el aprecio genuino por el patrimonio local y saber lo que somos y quiénes somos.

Nuestra crisis cultural tiene más fondo: no se trata de remediarlo con algunos pesos en cada época de escasez, sino de transformar el pensamiento para no ser esclavos de la tentación facilista del entretenimiento.