¿Somos lo que realmente somos o somos lo que nos enseñaron a ser -o deber ser-? Hablemos de la introyección psicológica, que hemos acuñado en nuestro conocimiento común como costumbres o pensamientos aprendidos. El concepto de introyección fue introducido por primera vez por Sigmund Freud y luego desarrollado más a fondo por el psicoanalista húngaro Sándor Ferenczi. Freud, conocido por desarrollar la teoría del psicoanálisis, creía que las personas utilizamos mecanismos de defensa para protegernos de pensamientos incómodos o amenazantes.
La introyección es uno de estos mecanismos de defensa, y ocurre cuando una persona internaliza las ideas o voces de otras personas. Este comportamiento es comúnmente asociado con la influencia de figuras de autoridad o personas significativas en la vida de alguien. En otro sentido, los valores introyectos son conceptos, creencias y normas que una persona adopta de su entorno, especialmente durante la infancia, y los integra en su propio sistema de valores sin cuestionarlos conscientemente.
Este proceso de internalización suele ser influenciado por figuras de autoridad como padres, maestros, y la cultura en general. Per se, los valores introyectos forman una parte fundamental de la identidad de una persona y guían su comportamiento y decisiones a lo largo de la vida. A menudo, estos valores se adoptan para obtener aprobación y evitar el rechazo de la comunidad o los seres queridos. De allí que, incluso, la necesidad de aprobación externa que nos han sembrado las redes sociales y las nuevas dinámicas comunitarias nos lleven a creer que la aprobación de los demás es un deber ser de nuestro proceso de crecimiento para comprender que vamos ‘bien’.
Por ejemplo, un niño puede aprender que ser educado y respetuoso es importante porque es constantemente reforzado por los padres y maestros. A medida que crece, esta idea se convierte en una parte intrínseca de su personalidad, guiando su comportamiento en diversas situaciones, incluso cuando las figuras de autoridad ya no están presentes. Pero puede suceder al revés, con ideas de violencia y trampa como ejes gobernantes.
Esas guías de comportamiento heredadas de generación en generación nos han marcado de manera conservadora sobre cómo relacionarnos. Pero no todo lo que nos enseñaron antes nos pertenece hoy. Los valores introyectos pueden ser una espada de doble filo. Si bien proporcionan una estructura moral y comportamental, también pueden limitar la autonomía y el pensamiento crítico de una persona.
Al no cuestionar estos valores, una persona puede encontrarse siguiendo normas y creencias que ya no son relevantes o beneficiosas en su vida adulta. A muchos nos han dicho que la meta en la vida adulta es tener una pareja para formar una familia. También, nos han inculcado que las adquisiciones materiales son referentes de progreso personal cuando existen otras muchas formas de desarrollarse. Tenemos muchas ideas sobre nosotros y nuestro ‘deber ser’ que en la medida que crecemos se nos vuelven obsoletas y ajenas. Quizás valga la pena explorar un poco lo dicho por Nietzsche, quien era profundamente conocido por su crítica a la moral tradicional y a los valores que se han aceptado sin cuestionamiento.
Precisamente, su concepto de la “moral de los esclavos” sugiere que muchas normas y valores aceptados socialmente son adoptados por conformidad y sumisión, en lugar de por una auténtica reflexión personal, lo que va en línea con la idea de los valores y pensamientos son adoptados sin un cuestionamiento consciente. Nietzsche criticaba esa moral tradicional, sugiriendo que muchas de nuestras normas y valores aceptados socialmente son producto de una conformidad pasiva.
Aseguraba que la “voluntad de poder” es la fuerza que nos impulsa a crear nuestros propios valores y a afirmarnos frente a las imposiciones externas. De allí que su concepto del “Übermensch” o “superhombre” pueda ser una punta de lanza para trascender los valores introyectos y a desarrollar una moralidad personal y auténtica.
Por eso, cabe completamente cuestionarse si los pensamientos que nos forman a diario en nuestro criterio son realmente nuestros o si, por lo contrario, hacen parte de una construcción ajena que hemos seguido inconsciente y sin haberla siquiera retado. Debatir nuestros valores no significa rechazar a las personas que nos los inculcaron. Se trata, mejor, de comprender la influencia de nuestro pasado en la toma de nuestras propias decisiones para el futuro. De pronto, lo indiscutible y lo irrefutable, tal como nos lo han enseñado, no es tal.