Trump, su muro me recuerda el de Berlín. Si en política los extremos se tocan, derecha e izquierda se asemejan en esas dos infames construcciones. Ambas para maltratar inocentes.
Más tenebroso el de Berlín, aberración política y moral, inmensa cárcel. Área: media ciudad. Extensión: muro de 155 kilómetros rodeándola, amenazante, con alambre de púas, 300 toneladas en su cima, reflectores, torres de guardias con orden de disparar a matar al que pretendiera saltarlo. Prisioneros: 1.3 millones, inocentes, todos. Juez: ninguno, sin juicio ni delito. Infracción: vivir en el lado gobernado por el partido comunista de Alemania Oriental.
Tiempo de encarcelamiento de esos 1.3 millones: 28 años, desde 1961 hasta 1989. Asesinados: 387. Culpables: incluso los nacidos en ese lapso, confinados desde su cuna.
El primer día una anciana desorientada preguntó por su tren; un policía le respondió: nada, abuela, ustedes “han quedado atrapados en esta ratonera”.
En política todo muro significa miedo, debilidad ante lo que pueda entrar o salir.
El gobierno marxista-leninista de Berlín oriental trató de detener la emigración de sus descontentos habitantes, médicos, enfermeras, ingenieros, obreros hacia la libertad, hacia Berlín occidental, en la Alemania próspera de libre mercado; y construyó el muro divisorio.
El mensaje: no una frontera para defender sus habitantes, sino para confinarlos. La capacidad de esos gobernantes para producir miseria los convirtió en carceleros de sus insatisfechos gobernados.
La historia demuestra que las murallas cumplen su función, pero se vuelven inútiles. Más aquí, que separó algo unido por tradición, sangre y espíritu.
Nikita Kruschev cuando autorizó desde Moscú su construcción, sonrió y exclamó: “¡Berlín, los testículos de Occidente, allá se los apretaremos”! No previó que mientras levantaba el muro, también levantaba, lenta, inexorable, la agonía y caída del comunismo internacional.
En 1989 los mismos alemanes encarcelados derruyeron el muro. Después llegaría el derrumbe hasta el sistema, en Moscú.
Dos monumentos muestran la categoría moral de esas dos Alemanias. En la oriental elevaron lápida elogiosa al perro “Tasso”, que detectó y ayudó a matar sesenta personas que intentaron pasarlo, mientras que en la occidental erigieron monumento a Peter Fetcher, obrero, 18 años, primer abatido, dejado una hora para que se desangrara, porque, se dice allí, “él solo quiso la libertad”.
Luego la canción “Libre”, de Nino Bravo, en su homenaje: “tras la frontera está su mundo… con su amor por bandera se marchó… cantando una canción… y tendido se quedó… sobre su pecho flores carmesí…”
Vuelvo a los dos muros. En Berlín separó padres e hijos. En su anterior presidencia, Trump ordenó la separación de inmigrantes madres e hijos, para desanimarlos. Ambos destruyendo ese vínculo, el más humano.
Y los emigrantes de hoy, de regreso sin patria en la promesa, los que buscaron su sueño bajo esa hostil penumbra, inútil su camino, perdida su fatiga, sólo podrán acogerse a la Virgen de los Desamparados.