Hasta 1543 la humanidad creyó estar ubicada en el mismo centro material y espiritual del universo. En esa fecha comenzó lo que Freud llamó el “destronamiento narcisista” de los tres pilares de esa creencia. Los cuales, sin embargo, hoy, a su manera, vuelven y juegan.
Uno. Hasta ese año, desoyendo lo que aseguraron Aristarco de Samos (siglo III a. C) y otros, actuó la convicción que la humanidad estaba en el centro del universo, y que el sol giraba alrededor de la tierra. Copérnico, modesto monje polaco, pero genio, demostró lo contrario, para regocijo de los críticos de la religión. Pues bien, ahora la ciencia ha establecido que nuestro universo está en expansión y crea nuevo espacio; y que su centro está en todas partes, como ocurre en el exterior de un balón. Vuelve y juega -semejante- a nuestra posición en la medieval religión; y nosotros allí, iguales, en el mismo sitial de las más radiantes y soberanas galaxias.
Dos. El 24 de noviembre de 1859 publicó Darwin “El Origen de las especies”. El hombre no fue creado así (con frac o bermudas o gafas de piloto), sino que desciende de un simio. Dios creador no hace falta. Los genes de los seres vivos (aunque en esa fecha no se conocían estos minúsculos), por accidente cambian, cambia su biología; y los más aptos se imponen porque así lo determina después la omnipotente y cacareada selección natural. Es la evolución. Hoy rectifican a Darwin dos hechos: uno, la evolución cultural, manejada por el hombre, y que puede hacer que los menos aptos sobrevivan (ej. los antibióticos, vacunas, antivirales); y dos, la manipulación genética, o sea la inteligencia del hombre manejando los genes (editar el ADN), excluyendo la selección natural, que “ya no tiene materia prima sobre la que actuar”. Vuelve y juega este humano, descendiente de simios, así sobrepasándose y sobrepasando a Darwin.
Tres. En 1917 Freud publicó “Introducción al psicoanálisis”, con el concepto del inconsciente, que “nos gobierna con sus deseos e instintos que no conocemos”; con el sexo, primero y fundamental, casi que nos rebajó a la manera de funcionar de los animales. Según la Unesco, hoy el sexo ha pasado a un segundo plano y nos está interesando más la comida, que manejamos con más libertad, sin pecado y de acuerdo con nuestro presupuesto. Además, se sabe que en el futuro se podrán borrar recuerdos del inconsciente, cuya base cerebral es física. Daniel Kahneman, premio Nobel, se refiere a los “sesgos” -como los instintos- que podemos detectar en nuestra conducta para manejar nuestro inconsciente. Vuelve y juega, contra Freud recuperamos nuestra libertad.
No se trata ahora de considerarnos “la última cocacola” del universo, pero sí de reconocernos como seres con espiritualidad creciente. Recordemos lo que llamo los inmateriales. Ejemplos: deber, esfuerzo, trabajo, virtud,enseñanza, amor, solidaridad, bondad, belleza, caridad, música, imaginación, responsabilidad, amistad, compasión, generosidad. Pulsaremos estas bellas notas y alguien desde el más allá nos sonreirá. Inmateriales demuestran que nosotros somos algo en elevación. Y como en la canción de Rosana: “solo sé que dormí en el nido donde duerme el universo”. ¿Entonces, en qué lugar despertaremos, más allá, después de la muerte?