“Dos líderes -personas- en las mismas circunstancias, haciendo exactamente lo mismo, pueden tener resultados completamente diferentes” (Scharmer, 2016). La diferencia está en el punto ciego, el lugar interior desde el cual funcionamos cuando hacemos algo. Sin embargo, como muchas otras cosas es invisible, pasa desapercibido en nuestra vida cotidiana, especialmente cuando estamos enfocados en reaccionar rápido, en cambio de escuchar y comprender lo que sobrepasa nuestras capacidades. Podemos pasar por la vida mirando lo que pasa como si estuviéramos en una exposición de arte: vemos una escultura, la admiramos y pasamos a la siguiente; tal vez nos quedamos un momento para explorar cómo sería el proceso de elaboración, la técnica, la construcción del modelo; es posible que observemos al artista frente a la pieza de mármol, ¿qué hay detrás de su arte? ¿Cuál fue la intención que lo llevó a esta creación?
Revisemos algo más complejo: Los resultados del Informe Mundial sobre Drogas (https://www.unodc.org) publicado recientemente -26 de junio 2024-, el cual alerta sobre un aumento del 20% en el consumo de drogas en el mundo en los últimos diez años, alcanzando la cifra de 292 millones de personas. El cannabis -marihuana- sigue siendo la droga más utilizada con 228 millones de personas; seguido por los opioides con 60 millones; las anfetaminas, 30 millones; la cocaína, 23 millones; y el éxtasis, con 20 millones. De los 64 millones de consumidores que sufren trastornos por el uso de drogas, solo uno de cada 11 reciben tratamiento y, como en otros temas, las más afectadas son las mujeres, por tener menos acceso a tratamiento que los hombres. Solo una de cada 18 reciben tratamiento en comparación con uno de cada siete hombres. Además, son las que más sufren por violencia y enfermedades como el VIH -virus de inmunodeficiencia humana-.
El informe hace énfasis en la importancia de asumir compromisos políticos y financieros que permitan ampliar intervenciones capaces de abordar las desigualdades estructurales y económicas, las normas socioculturales nocivas, la desigualdad y la violencia de género que favorecen las epidemias de VIH y de hepatitis entre los consumidores. Pero, ¿cuál es el punto ciego de este tema? Tal vez no sea suficiente asumir compromisos políticos y financieros ¿Qué hay detrás del consumo de drogas en el mundo además de intereses económicos que muchas veces impiden una mirada más profunda de la realidad?
Más allá de los datos sobre el aumento en el consumo de drogas estamos hablando de seres humanos que, por distintas razones, no son capaces de encontrar caminos para enfrentar su realidad. A veces se trata de personas con una herencia genética compleja; hijos de padres que consumen drogas; niños que crecen en ambientes abusivos con carencias de afecto o demasiado presionados por cumplir estándares exagerados; entornos familiares, académicos y sociales que no contribuyen al desarrollo sano de la personalidad. El crecimiento del consumo de drogas en los últimos 10 años es uno de los síntomas que probablemente se deriva de la incertidumbre y la ansiedad que estamos experimentando, así como de la falta de consciencia sobre el sentido de lo humano.
Preocupados por mantener el estatus quo, por lograr resultados económicos, por ser más productivos y competitivos, por encontrar formas de sobrevivir, nos estamos olvidando de lo más importante: nosotros. Necesitamos pasar, como dice el psiquiatra estadounidense Daniel Siegel, del Me al MeWe, esto es, en español, del Yo al YoNosotros. Necesitamos sentir que el problema no es de otros, no es solo de Naciones Unidas, de los gobiernos, del sistema educativo, de los padres o de los hijos, es de todos. Llegamos aquí por una profunda desconexión como seres humanos; por la incapacidad de reconocer nuestras emociones y aceptar nuestras fragilidades; por construir demasiados muros y pocos puentes; por creer que el otro es el distinto, el culpable, el que no quiere. Construir una sociedad que aporta al buen vivir pasa por salir de nuestra burbuja de comodidad y confort; suspender
los juicios y observar lo que hay afuera; abrir el corazón para conectarnos con nuestra propia vulnerabilidad y, desde allí, acoger al otro que también sufre y tiene sus propias heridas; entrar en ese sitio interior, donde está ese punto ciego que nos cuesta mirar, para reconocer los miedos que nos atan al pasado y con coraje permitir que emerja lo nuevo que está queriendo nacer. Lo invito a mirar su punto ciego para reconocerse y reconocer al otro como un ser humano que, sin importar las diferencias, también es usted y lo necesita: nos necesitamos.