Harold Steven dejó atrás las drogas hace dos años. A los 23 años, con determinación, se graduó del bachillerato y encontró en la barbería una vía para su reintegración social, un espacio donde puede desplegar habilidades que quedaron enterradas en un pasado oscuro, marcado por la soledad y las falsas promesas de las drogas.
Al reflexionar, Harold ve al niño de 9 años que comenzó en una realidad difícil, pero que ahora tiene un propósito mayor: ser una mejor persona y ayudar a quienes viven lo que él vivió. Esto fue posible gracias a la Fundación Mi Refugio, ganadora del tercer lugar en la quinta versión del Premio Cívico de Manizales Cómo Vamos, una iniciativa que trabaja por la reintegración de quienes, como Harold, están en condición de calle.
Este tipo de innovación social es un ejemplo de cómo un grupo de personas, aunque no afectadas directamente por el problema, pueden identificarlo y crear soluciones innovadoras. Estos agentes de cambio, dentro o fuera de instituciones, tienen la capacidad de diseñar y desarrollar respuestas que mitigan la situación.
En Manizales, según el DANE en 2019, se reportaron 635 habitantes de calle, siendo el consumo de sustancias psicoactivas la principal causa de su situación (42,9%). Pero esta cifra solo incluye a aquellos que han convertido la calle en su hogar permanente. ¿Qué pasa con los vendedores ambulantes, migrantes o aquellos que buscan su sustento diario en la calle, pero aún tienen un lugar donde dormir? Es posible que este tipo de población, personas en condición de calle, sea igual o incluso mayor que la de los habitantes de calle reportados por el DANE, pero ¿dónde están las cifras que lo confirmen?
Por otra parte, está la Asociación Comunitaria Ecorrieles, ganadora del primer puesto en la quinta versión del Premio Cívico. Esta iniciativa, nacida en la comunidad araucana, transforma el estigma de su territorio, conocido por la violencia y la pobreza, en un emblema de turismo sostenible. Aprovechando su fauna y flora, la comunidad genera empleo, mejora la vida de sus habitantes y fortalece lazos con comunidades vecinas, demostrando que la innovación es accesible para todos e invitando al cambio.
La innovación comunitaria tiene un gran poder transformador, pues no solo utiliza recursos locales, sino que también genera un profundo sentido de pertenencia entre los participantes. Esto asegura el cuidado y la sostenibilidad de las soluciones y, a menudo, inspira a otras comunidades a seguir el mismo camino. Ambos tipos de innovación son vitales, y aunque no todas las comunidades pueden resolver sus problemas por sí solas, la colaboración es clave para alcanzar soluciones efectivas y duraderas.
No obstante, este esfuerzo plantea preguntas: ¿Cómo medimos el impacto de estas iniciativas? ¿El Estado y las instituciones apoyan realmente la transformación y el impacto positivo que generan en los territorios? La falta de información es una barrera significativa.
Es por eso que hago un llamado a no ignorar aquello que las cifras no revelan, a comprometernos con la generación de datos más completos y a impulsar la innovación social con un enfoque verdaderamente inclusivo y comprometido.