El recto hombre lucía con gusto el vestido militar, gustaba de mantener limpios el casco brillante, el peto fino, la espada que bien manejaba; soñaba con los honores y la fama de un conquistador y luchador. La trompeta y el tambor le ponían en sintonía con la marcha y la caballería. Un día estaba en el combate llevado a cabo en Pamplona, pero una bala le perforó parte de su rodilla y conoció el dolor de la guerra, el sentir el odio enemigo, el ver su sangre manchar sus límpidos vestidos. Ese día Ignacio de Loyola conoció la cama del hospital, el estar inmóvil por varios días mientras se reponía de la herida inmensa, que hasta su muerte mordió con su recuerdo la pierna y su caminar.

Amante de la caballería y la vida al estilo del Mío Cid, pidió a las enfermeras le llevasen a su cama libros de aventuras y caballerías. La respuesta no fue de su agrado, porque le llevaron sólo dos libros: “La vida de Jesús” y “La leyenda áurea” que le contaba la vida de varios santos de la Iglesia. Pasaron los días y después de las lecturas recibidas empezó a admirar a Jesús de Nazaret y a preguntarse de manera sincera sobre la vida de los discípulos y apóstoles: “lo que estos y estas han hecho, por qué yo no puedo hacerlo?”.

De ese hospital salió un hombre renovado: seguiría siendo el audaz e inteligente hombre al servicio de Jesucristo, su nuevo amo y Señor. Con las actitudes de hombre consagrado a la fe se puso al servicio de la Iglesia, se rodeó de amigos que llamó comunidad, familia y “Compañía de Jesús”, que creció en el mundo llevando la Buena Nueva del Evangelio a todos.

El lema que hizo sangre definió su futuro y su eternidad: “Todo a la mayor gloria de Dios” (AMDG), el anuncio de la vida de Jesús a todo el mundo. Como fruto de la oración personal dio a luz una idea que plasmó en su libro de clave para una nueva vida y una definitiva conversión: “Los ejercicios espirituales” que influyen en todos los retiros que desde ese tiempo hasta hoy se realizan. Ha sido tan inmensa su influencia, que en oposición muchos han logrado tiempos de suspensión de tan agradable “Compañía”.

Fue un 31 de julio de 1767 cuando Colombia cayó en la moda de acusar negativamente sus grandes influjos y les expulsó del territorio. Hombre de esta talla, cristianos de esta profundidad deben llamarnos a replantear la existencia, a dar virajes positivos y luminosos a la vida como él lo hizo.