El 13 de noviembre de 1963, como uno de los gestos más impactantes en la historia de la Iglesia, el papa San Pablo VI tomó una determinación que habló con fuerza de la conversión y autenticidad en la fe. Ese día, tras una ceremonia, el papa San Pablo VI se quitó de la cabeza la tiara, mitra lujosa con adorno de tres coronas y piedras preciosas que significaba el poder del papado en su triple accionar, el ejecutivo, el legislativo y judicial, no sólo en la Iglesia sino con influencia en los gobiernos del mundo.
La orden fue venderla y aplicar su valor a beneficio de los pobres en obras que miraran a su progreso; por eso hoy al visitar el museo Vaticano se ven algunas tiaras antiguas que son ya recuerdo de un pasado de honores y poderes. Desde ese momento la renuncia al poder humano fue una transfiguración del servicio de la Iglesia: le corresponde no la corona de oro, sino la de espinas, la que llevó el Señor, “que siendo rico se hizo pobre” y dejó a la Iglesia la opción preferencial por los pobres y la pobreza. Bendito momento que señaló volver al deseo de Cristo, dejando los criterios humanos de potestad, dominio y mando olvidando el servicio humilde.
Cuando San Pablo en sus primeros pasos va a entrevistarse con Pedro, Santiago y Juan, a quienes llama columnas de la Iglesia, recuerda que le estimularon a seguir en su labor de anunciar el Evangelio y le recalcaron “se acordase siempre de los pobres” en todo su ministerio.
Esta labor ha sido siempre en el recorrido de los siglos gloria o ignominia de la iglesia, según haya vivido o no esta preferencia de Jesús por los pobres, que en sus acciones siempre mostró su amor inmenso por los despreciados, pobres y marginados de la historia.
Mucha gente no se percata de la obra eclesial diaria en el servicio a los empobrecidos de la tierra: acogida, ayudas, planes de servicio en salud, educación, vivienda, atención de catástrofes, animación, protección y defensa de todo ser humano de la creación, de todas las edades. El acercamiento entre los más favorecidos en bienes y los más pobres, pero sin enarbolar odios y rencores, sino construyendo en sinodalidad el amor. La Pastoral Social de cada diócesis y sus bancos de alimento son expresión concreta. La tiara a la memoria, los pobres a la historia, se está viviendo.