De manera acertada la pasada Feria del Libro de Manizales destacó los 100 años de “La Vorágine”, libro del escritor colombiano José Eustasio Rivera en su centenario de publicación. Rivera nació en Neiva y murió en Nueva York en 1928. En su juventud, José Eustasio recorrió el Orinoco y el Amazonas. Su brillante mente gestó dos obras como eco conmocionado de sus viajes al ver la inmensa y colosal belleza de esta parte de la Patria: “Tierra prometida” y “La Vorágine” son como dos caras de una misma belleza; tierras de inmensidad y fuentes de progreso, pero a la vez certificadas las opresiones y saqueo de estas tierras y sobre todo el maltrato a sus trabajadores, que las convierte en vorágine que es “remolino muy fuerte e impetuoso que forma la naturaleza”.

“Los devoró la selva”, es el grito final de Rivera en su novela descriptiva y de líneas históricas, resaltando que la vorágine tragó ilusiones, amores y luchas de trabajadores y capataces en notas de mal concierto. Me llama la atención que Rivera murió en Nueva York, que hoy recordamos al hacer memoria del atentado famoso y mortífero a las torres gemelas, de este centro de marcha económica y poderío militar y político. Alguien se atrevió a decir que Nueva York y metrópolis similares son ahora selvas de cemento en las cuales las construcciones de hormigón levantan altas torres y avenidas en similitud a los grandes árboles y los briosos ríos de las selvas verdes, y donde hay vorágines que devoran a millones en cansancios, explotación, brechas sociales y sombras de muerte que esperan en cada esquina.

Aquel 11 de septiembre del 2001 agigantó la inestabilidad social tras políticas y economías que andan reemplazando al ser humano por robots y bandas delictivas que oscurecen el horizonte de la esperanza. Pero la fe hace brillar soles donde hay miedos, inseguridades y desconciertos. El 2 de febrero del 2020 el papa Francisco le regaló al mundo una profunda reflexión titulada “Querida Amazonia”, en la que anota: “la querida Amazonia se muestra ante el mundo con todo su esplendor, su drama, su misterio”.

Enmarca el documento en cuatro sueños sobre la Amazonía, que es aplicable a las dos selvas: la fértil verde y la febril de hormigón; un sueño social y otro cultural, ecológico y el eclesial. Anota con profundidad: “Escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres; no nos sirve un conservacionismo que se preocupa del bioma, pero ignora a los pueblos amazónicos”. Es verdad, hay selvas, vorágines y soluciones.