Una vez confirmada la victoria de Donald Trump a las 2.00 a.m. de ayer miércoles, en lo primero que pensé fue en la estética, en lo desagradable que serán estos cuatro años que vienen al ver todos los días al negociante-presidente en las pantallas de televisión, computador y celular, y en lo poco que queda de prensa física: su pelo amarillo pollito con copete de tira cómica, su cara anaranjada con dos pequeños parches blancos en los ojos; su cuerpo pesado tipo nevecón, y su forma de hablar y ademanes repelentes ¡Qué tortura!

Penetrando esa epidermis está la persona del nuevo presidente: un tramposo desde sus años escolares, matón entre los más ricos, estafador de clientes, socios y de miles de pequeños inversionistas – recordemos el casino y hotel Taj Mahal; agresor sexual de mujeres; mentiroso enfermizo toda su vida, especialmente en el ejercicio de su primera presidencia entre 2017-2020, es increíble cómo es capaz de mentir en asuntos de gravedad y querer tergiversar la historia entera. Todo esto anclado en esa base narcisista presente hasta en su respiración, en las reacciones químicas de todas sus células.

Para Trump la sociedad se mueve por dos vectores únicos: poder y dinero, básicamente un capitalismo duro liderado por los más ricos y un gobierno, el de EEUU, imponiendo su poder en todo el planeta. Las nuevas complejidades culturales, sociales, humanitarias y globales le son totalmente ajenas, no es capaz de verlas y no le interesan, muy especialmente la muy delicada relación del ser humano con la naturaleza, con el planeta: niega el cambio climático y la responsabilidad de la actividad económica en el desastre ambiental que estamos viviendo.

¿Entonces por qué gana? Porque llega a un profundo inconsciente de millones de personas, en este caso fueron 70 millones, activando sus temores y vendiéndose como el gran protector contra las amenazas que generan desasosiego y ansiedad en tanta gente. En últimas, así funciona la política. Pero también, Trump aligera la carga de sus votantes al eximirlos de responsabilidades frente a los desafíos existenciales que tenemos hoy en todo el mundo y muy especialmente los que tienen que ver con la relación que tenemos con el planeta. Ni un solo cuestionamiento del magnate-presidente a la economía, al fenómeno de producción-consumo. Trump invita a un ciudadano sin responsabilidades. El nuevo presidente funciona con una mente arcaica, incapaz de ver mil realidades complejas en las que está inmersa nuestra vida hoy, solo funciona en el eje dinero-poder.

Un buen líder debe tener la capacidad de guiar a la comunidad en el tránsito de grandes desafíos, de generar una adaptación a nuevas realidades, y que en este proceso la sociedad salga fortalecida. Trump es incapaz de ser este guía, su propósito es volver atrás, es el ‘again’ de su campaña, o sea volver a ser lo que se fue, lo cual es un imposible en la vida individual y colectiva. Y el problema es que en ese intento de volver atrás se violenta la realidad y en general se lleva violencia a muchas partes.

El mayor problema de todo esto es que Trump será por 4 años la persona más poderosa del mundo. Lo que haga nos afectará a todos y a todo el planeta.

Esta historia me recuerda al portentoso libro de Erich Fromm ‘El miedo a la libertad’.