¿Sabías que enseñar a un niño compasión es como enseñarle a montar en bicicleta? Requiere paciencia, equilibrio y, ocasionalmente, un casco... para protegerse de los golpes de la vida. En aulas de clase donde la competencia académica domina el paisaje educativo, la compasión se aprecia como un pilar para el bienestar y el éxito de los estudiantes; el término deriva del latín compassio y no debe confundirse con la empatía. Mientras la empatía implica sentir las emociones de otro, la compasión va un paso más allá al incluir un deseo activo de aliviar el sufrimiento ajeno y mostrar bondad.
En muchas escuelas, los estudiantes son vistos más como números que como seres humanos únicos, pero allí, en esos entornos adversos, los maestros amorosos son más necesarios que nunca. Enseñar con compasión implica el uso de estrategias prácticas para fomentar una cultura de humanidad y para crear un entorno donde los estudiantes se sientan valorados y apoyados.
Los niños necesitan ver y experimentar actos de compasión para entenderlos y se puede mostrar desde palabras como sensibilidad, misericordia, bondad, comprensión, benevolencia y generosidad. Un ejemplo práctico es el uso de juegos cooperativos y actividades de construcción de equipos que fortalecen la interacción positiva y las habilidades prosociales, así como permitir que los estudiantes ayuden a sus compañeros en tareas o guiando a nuevos compañeros para promover la empatía y el liderazgo positivo.
Charles Darwin, en sus observaciones sobre la evolución, propuso que las comunidades con miembros más compasivos tenían más probabilidades de sobrevivir y prosperar, por cuanto la compasión en función de la cooperación es fundamental para la cohesión social y la supervivencia. El autor del origen de las especies sugirió que “no solo sobreviven los más fuertes, sino los más cooperativos”, lo que marca la importancia de la compasión en la evolución de organismos. El libro Enseñar con Compasión, de Peter Kauffman y Janine Schipper, es una guía interesante para educadores que desean fomentar un ambiente enriquecedor en sus aulas.
El libro propone principios clave para los maestros, como practicar la mentalidad de principiante, seguir la regla de oro y aprender de la adversidad, que ayudan a crear una atmósfera de respeto, dignidad y apoyo emocional en el aula y se relacionan con una educación integral. Un entorno de cooperación en lugar de competencia puede mejorar significativamente la atención y el rendimiento académico de los estudiantes. Ejemplos de compasión en la práctica incluyen la lectura de narrativas sobre figuras históricas compasivas como Jesús, Nelson Mandela o la Madre Teresa, la resolución de problemas en crisis imaginarias para promover el pensamiento crítico y la empatía, y la meditación sobre la bondad para reducir el estrés y mejorar el bienestar emocional.
Una investigación de la Asociación Americana de Psicología mostró que la compasión en el aula puede reducir el estrés y aumentar los niveles de oxitocina en los estudiantes, lo que a su vez mejora sus niveles de dopamina, promoviendo un estado de relajación y bienestar. Por ello no es solo una virtud, sino una necesidad en la educación moderna, puesto que los maestros cuidadosos mejoran el ambiente de aprendizaje y también contribuyen al bienestar y la felicidad de sus estudiantes.
Enseñar compasión es como andar en bicicleta: requiere equilibrio, práctica y a veces, un pequeño empujón; esa virtud es una oportunidad para mejorar la educación, la necesitamos como parte de la vida, no es solo un camino hacia el éxito académico, sino hacia un mundo más humano y conectado.