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Llegó a la política con la promesa de ser la solución a la desgastada clase dirigente y modernizar su país, así como con la idea de acabar la corrupción y poner mano dura a la delincuencia. Esta fórmula que tanto les ha funcionado a varios candidatos presidenciales en Latinamérica la estrenó Alberto Fujimori en Perú. Este empresario descendiente de japoneses logró el beneficio de los votantes, lo que le dio un impulso para adelantar las primeras reformas que ayudaron a efectivamente modernizar algunas estructuras del país.
Ahora que murió, después de haber pagado años de cárcel, bien vale la pena recordar las lecciones que brinda para democracias tanto o más conflictivas que la peruana. Fujimori empezó su mandato con un respaldo importante de las Fuerzas Armadas y del electorado, que lo llevó a sacar adelante reformas clave que enderezaron el camino de la economía peruana, cuya moneda había sufrido una devaluación gigantesca.
Perú atravesaba una ola de inseguridad sin precedentes por cuenta de la escalada terrorista de Sendero Luminoso, un grupo que no se medía en sus actuaciones y que afectaba la seguridad rural y urbana. También los primeros golpes dados a esta organización sirvieron para encumbrar la imagen de un presidente eficiente aun en el manejo del orden público. Por eso, miles de personas lloraron su muerte y acompañaron su féretro, pues lo consideran un salvador.
Sin embargo, esos éxitos están llenos de sombras. Terminó preso de quien fuera su más cercano colaborador Vladimiro Montesinos, el encargado de aceitar a la prensa, de corromper jueces, de ordenar la violación a derechos humanos, de trazar una estrategia para el autogolpe de Estado y de cometer todo tipo de tropelías que se fueron conociendo gracias a la valentía de periodistas, de políticos de oposición y de organizaciones no gubernamentales, que no estaban dispuestos a aceptar que todo vale.
El Perú de hoy sigue sin solucionar buena parte de los problemas creados por la fractura que se inició con Fujimori y que se ahondó con la corrupción generada por Odebrecht. Los expresidentes investigados y que han terminado en la cárcel por distintos excesos, la llegada a la presidencia de Dina Boluarte, en una destitución exprés de su antecesor, también por haber intentado un autogolpe, solo son parte de un entramado más complejo que ahora se ahonda con la muerte de Fujimori, pues reviven las viejas rencillas.

Por eso, hay que beber de las lecciones. La distancia que permite el paso del tiempo para analizar los fenómenos sociales y las decisiones gubernamentales tienen que servir para entender que no puede haber consensos de país, si estos se imponen por la fuerza o se construyen con mentiras. Los excesos cometidos por el régimen fujimorista, son los que intentan hoy muchos otros gobernantes en el mundo, quienes se parapetan en decisiones populistas, pero terminan por alimentar solo la figura de quien ostenta el poder con autoritarismos y genera más división en la sociedad.