María Botero Robledo

Ilustración/Natalia Manzano Ávila/Papel Salmón

En el marco del proyecto “Mujeres escritoras centenarias del Gran Caldas, II etapa”

del Banco de la República, Rigoberto Gil Montoya hablará sobre la escritora María Botero Robledo el miércoles 12 de junio.

Rigoberto Gil Montoya*

 

María Botero Robledo nació en Pereira en 1892 y murió en Cali en 1970. Es autora de Recuerdos de un viaje, obra publicada en 1929 por la Editorial Aramburu de Pamplona, bajo el arbitrio del agustino Fray Pedro Fabo de María. En el prólogo que le hace al libro, el padre Fabo deja claro que presenta a los lectores a una “ilustre dama” que empezará a hacer parte de la “república de las letras”. Ella le habría pedido esa presentación y él no pudo negarse; tampoco pudo negarse a editar el “primoroso folleto” en su país; en la misiva que le envió, ella le manifestó el deseo de que en su obra quedaran impresas “las caricias de la Madre España”.

El libro de María Botero recoge la experiencia de la autora de un viaje de ida y vuelta que, a sus 24 años, emprendió con su familia entre Manizales y Cartagena en 1916. Así, Recuerdos de un viaje se constituye en una labor de memoria que la autora se empeña en revelar 13 años después: “Ya determina ella el alcance de su obra. Los amigos pidiéronle que escribiera sus recuerdos de turista y condesciende. ¿Quién le va a exigir más?”, escribe Fabo.

Esa exigencia a la que alude el sacerdote crítico, aunque se apresure a decir que fue él quien le rogó a la autora que “diera a la estampa” su manuscrito, desvela las señales de una época en la que no era frecuente que las mujeres escribieran con miras a publicar. En su reseña sobre el libro de Botero, Salvador Tello escribió en La Voz de Caldas: “Aquí, en esta tierra de literatos, se nos hace raro dar con un libro escrito por una mujer y cuando tenemos la fortuna de saborear algunas páginas salidas de la pluma de una de nuestras damas, sentimos la fruición de lo desconocido y devoramos la obra con vivísimo placer”.

 

Lo que escribían las mujeres

Hablamos de una época, la de las primeras décadas del siglo XX, en la que las mujeres empezaban a ser admitidas en los centros educativos y a desempeñar roles más allá de los que les aseguraba una estructura patriarcal en relación con su papel de madre y cimiento del hogar. Se hacen voceras de lo que algunas instituciones denominan el “feminismo católico”, lo que limitaba sus aspiraciones y las circunscribía al conservadurismo en el tratamiento de temas caros a la sociedad: las relaciones sentimentales, las costumbres familiares, la vida de pareja, las dudas morales, la melancolía, las búsquedas espirituales. A la mujer se le endilgaban virtudes como dulzura, orden, entrega, responsabilidad, abnegación, sacrificio. Virtudes marianas que solían acentuarse en las homilías y púlpitos. Pero, como lo expresa el albacea-editor de María Botero, las mujeres “son también resplandor de inteligencia”. Así que estarían en disposición de escribir “un ramillete de pensamientos íntimos, sencillos, pulcros y olorosos a un feminismo tal, que sienta bien así entre las grandiosidades de los alcázares como entre la penumbra de los santuarios (…) un ramillete, en fin, que orea el cerebro y el corazón con efluvios de inocencia de colegiala que viaja por un mundo desconocido”, anota Fabo.

Lo común era que las mujeres escribieran poesía o relatos breves en periódicos y revistas, sobre temas religiosos y morales, desde una perspectiva romántica o costumbrista, sobre modelos de autoras como Gabriel Mistral y Juana de Ibarbourou. No era común que publicaran libros, porque ello implicaba tener acceso, en medio de la precariedad editorial del país, a un círculo intelectual agenciado por los hombres. Se comprende por qué las propias mujeres dudan del alcance de su escritura y piden que se las trate con generosidad. En “Advertencia”, María Botero aclara que “No he pretendido jamás figurar en el bello campo de la literatura, tanto más temido cuanto es más deleznable, y en el que basta una plumada para caer en el fango del ridículo. Suplico, por eso, a los que leyeren, anticipen su indulgencia y disimulen los errores que encuentren”.

 

Los avatares de un viaje

En Recuerdos de un viaje María narra con fluido preciosismo los avatares de un viaje que se hizo a lomo de mula, en tren y en barco. Algo de la ruta de este viaje recuerda el último que emprendió Bolívar cuando dejó Bogotá, llegó hasta Honda y desde allí tomó un champán que lo condujo por el río Magdalena hasta Santa Marta, como lo novela García Márquez en El general en su laberinto (1989). Se impone en la escritura de María Botero la descripción adornada de los paisajes, mezclada con breves anécdotas de momentos vividos en diversos escenarios, en los que compartió veladas y paseos con lugareños y extranjeros. En la mirada de esta joven viajera habita el asombro por la novedad y por los pálpitos de la vida moderna. De ahí su interés por hablar de los nuevos medios de transporte. Cuando tomó el tren dejó dicho: “¡qué espectáculo tan entusiasmador oír el pitazo del tren, sentir el ruido de los coches y vagones que, movidos por la arrogante locomotora, huellan la carrilera, se pierden en la verde llanura y no dejan como recuerdo de su vista sino el humo de una ilusión”.

Sabemos poco de la vida de María Botero. Dejó un libro bellamente impreso, acompañado de una veintena de imágenes de los lugares visitados. Dos sobresalen: la de la autora, elegante en su postura frente a la cámara, ataviada de abalorios y adornada con una flor roja. La otra imagen muestra la fachada de su casa céntrica de Manizales, vistosa en su estilo republicano. Nos dejó mucho de su sensibilidad: “En las horas de ocio contemplo el río, pidiéndole a la brisa que lleve recuerdos a mi tierra”.

 

*Escritor.

 

Nota

Referencias bibliográficas

-. Botero Robledo, María (1929). Recuerdos de un viaje. Pamplona: Editorial Aramburu.

-. Tello Mejía, Salvador (1930). “El libro de María Robledo”, La Voz de Caldas, Manizales, 24 de agosto.

-. Tello es autor de los libros Selvas colombianas (1930) y Colombia ante los judíos (1936).

 

 

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