Mario Armando Valencia autor de Latitud cero. Lecciones de Equilibrio 

Foto | LA PATRIA | Mario Armando Valencia autor de Latitud cero. Lecciones de Equilibrio 

José Miguel Alzate* 

¿Se debe pensar en que una novela con un trasfondo de elevado contenido filosófico le puede permitir al autor expresarse sobre el espacio geográfico donde vino al mundo, donde vivió su juventud y donde descubrió su vocación literaria? 

Lo pregunto porque la lectura de Latitud cero, novela escrita por Mario Armando Valencia, profesor de filosofía del arte y la cultura en la Universidad del Cauca, nacido en Manizales, hace claridad sobre cómo sí es posible, en un lenguaje sobrio, al tiempo que se escribe sobre el espacio de la infancia, hacer profundas disquisiciones sobre el pensamiento de los grandes filósofos que ha tenido la humanidad, desde Platón, Sócrates y Aristóteles hasta Martin Heidelberg, Bertrand Russell y Federico Nietzsche.

El paisaje de la ciudad y los personajes

Latitud cero, que tiene un narrador en primera persona que a veces se identifica como Mario y otras como Armando, le deja al lector sabias enseñanzas en materia literaria y filosófica. Es que Mario Armando Valencia tiene la habilidad literaria para ensamblar una novela donde al mismo tiempo que cuenta su vida hace profundas digresiones sobre temas de peso intelectual. 

Con la misma prosa fluida con que habla sobre El Carmen, el barrio manizaleño donde pasó su infancia, lo hace sobre el pensamiento de grandes filósofos y novelistas. Por ejemplo, sobre ese sector humilde donde vivió antes de salir a recorrer varios países dice: “Hay que descender siete cuadras muy inclinadas para llegar a la explanada, el plan, como le decimos, donde se levanta la iglesia”. Aquí habla de la loma de la calle 18.

La anterior frase, con la que se inicia la novela, ubica al lector en un punto exacto de Manizales, ciudad que Mario Armando Valencia ha bautizado como Kumanday. De ahí en adelante, con fuerza descriptiva, el autor de la obra habla del espacio geográfico donde vivió su infancia y juventud. 

Pinta con buen lenguaje el paisaje de la ciudad, cuenta cómo son sus calles, quiénes son sus amigos escritores y sobre qué discuten cuando se reúnen. 

Narra cómo vio desde una carpa de lona instalada en el parque del barrio El Carmen, el 13 de noviembre de 1985, la erupción del Volcán Arenas del Nevado del Ruiz. Dice que en el momento de la explosión, a las cinco de la mañana, vio la fumarola-hongo ascender al cielo “como si una descomunal olla a presión hubiera reventado su tapa”.

En el libro La dimensión crítica de la novela urbana contemporánea en Colombia, ensayos escritos por el mismo Mario Armando Valencia, se dice: “La ciudad no es sólo un telón de fondo, sino que actúa y funciona semióticamente como elemento-personaje protagonista”. 

Se refiere, desde luego, al papel que juega la ciudad en una novela como espacio geográfico donde transcurre la historia. En este sentido, Manizales tiene presencia en Latitud cero porque por sus calles camina a diario, con sus amigos, el personaje protagonista. No corresponde a un capricho del escritor decir que mira los atardeceres desde Chipre o que su papá le compraba algodón de azúcar cuando salían a caminar. Eso es parte de lo que hace en la ciudad. El narrador debe decirlo para darle verosimilitud al relato.

Buen escritor es aquel que logra describir los rasgos físicos de los personajes dándole estética a la prosa. El libro es perfecto en este sentido. Veamos: para describir a Erika, una mujer de cincuenta años, dice que tiene “una nariz prominente, una tez blanca, cabello negro azabache hasta la espalda, vestido negro, labial rojo deliberadamente remarcado y una voz ronca”. Al profesor Ochoa, que dicta semiología en la universidad donde el personaje narrador estudia, lo describe así: “hombre menudo de rostro huraño y recio, cuya nariz aguileña revela un espíritu agudo y rapaz, dotado de una racionalidad analítica llevada al extremo de parecer desprovista del menor asomo de poesía”. Obsérvese cómo Mario Armando Valencia juega, en estos ejemplos, con lo humano y con lo racional.

 

Filosofía y literatura

Ahora hablemos de lo que he llamado al principio de este artículo enseñanzas para el lector en filosofía y literatura. En lo filosófico, el libro es un análisis profundo sobre el pensamiento positivista. El personaje narrador dice que siente “un profundo desprecio por el egoísmo humano”. 

Habla entonces de la miseria de la especie, de la “incapacidad para comprender el dolor del otro”, de la falta de equidad y de justicia y de su deseo de compartir los conocimientos que ha adquirido durante tantos años de lectura. 

Mario Armando Valencia habla de su “ilusión de contribuir en la formación de nuevas escuelas de pensamiento”. Además, propone “un giro inevitable hacia una crítica humanística del conocimiento científico”.

En lo literario, Latitud cero es un agradable paseo no solo por la literatura universal, sino por los nombres de escritores que en Caldas se han ganado un espacio debido a su profesionalismo y a su constancia en el trabajo con la palabra. 

El autor fue un visitante asiduo de la Casa de Poesía Fernando Mejía Mejía, que funcionó en Manizales. En ese espacio cultural escuchó charlas del novelista William Ospina sobre Byron, Hölderlin, Schiller y Goethe, donde dijo que en Colombia “¡No somos nada frente a esta gente!”. 

Esa época que la novela registra, vivida con intensidad por el autor, marcó a una generación de escritores. De ahí que se mencionan nombres como los de Adalberto Agudelo Duque, Octavio Escobar Giraldo, Orlando Mejía Rivera y Roberto Vélez Correa, entre otros.

***

Un libro de filosofía no lo lee cualquiera. Sin embargo, convertido en novela, se hace ameno. Es lo que logra Mario Armando Valencia con Latitud cero. Ese narrador que recrea a Manizales con un estilo depurado, bien trabajado, lleno de referencias sobre la ciudad, hace que el libro no sea pesado

La historia de un papá que canta tangos, que para ganarse la vida recorre la carrera 23 vendiendo billetes de lotería, enseña a un hombre de origen humilde que por su inteligencia termina estudios superiores y se convierte no solo en profesor universitario, sino en un escritor con sólida formación académica. Ese hombre, que tiene sentimientos nobles, llora la muerte de su padre después de estar hospitalizado noventa días. Estos sucesos sencillos le dan a la novela calor humano

*Escritor.

 


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