Estamos contando la vuelta al nevado del Ruiz, íbamos ya camino a Murillo y habíamos pasado frente al inmenso boquete que hizo el alud que bajando del nevado, cayó sobre el río Gualí y borró del mapa a Armero.
El nevado se despejó mostrando su soberbia fumarola. Nos habíamos bajado del vehículo para hacerle fotos y de repente el volcán expulsó otra fumarola, esta vez en dirección horizontal y en forma de tornillo. Teníamos ante nuestros afortunados ojos dos hermosísimas fumarolas. El espectáculo quedó grabado en nuestras cámaras. Me acompañaban además de César Román, conocido odontólogo de Armenia, Alexander Murcia, Lina María Cifuentes y Carolina Cifuentes.
Hacia la izquierda y abajo íbamos mirando los inmensos valles del páramo, algunos bien conservados con los frailejonales intactos y otros convertidos en papales, y hacia la derecha los barrancos desde los cuales nos miraban los frailejones. Sus flores amarillas ponían una nota luminosa en el paisaje.
Este es el momento de contar mi sufrimiento la noche de la erupción del volcán el 13 de noviembre de 1985. La potencia de las erupciones volcánicas se mide de 1 a 8. La del Ruiz que destruyó a Armero fue de 3. ¿Por qué tan baja calificación? No hubo lava. El calentamiento del magma hizo que se derritieran nieve y hielo y eso hizo que la avalancha de agua, barro y cenizas viniendo de tan gran altura, (más de 5.000 metros) cogiera mucha fuerza e hiciera los terribles destrozos que lamentamos. El alud de barro llegó frío a Armero, no hirviendo como algunos han pretendido. Otra cosa hubiera sido si el volcán hubiera arrojado lava, la destrucción hubiera sido mayor.
Yo estaba ya dormido cuando sonó el teléfono. Era Juan Gossaín que me dijo que el Ruiz había explotado. Le dije que era primera noticia para mí. Y desde esa hora, no recuerdo cuál, ¿serían las 11 de la noche?, ¿o medianoche?, hasta las 6 o 7 de la mañana me tuvo al teléfono haciéndome preguntas y esperando respuestas claras y contundentes. Él me dijo que como yo era el mejor conocedor del volcán yo sabía muchas cosas. La verdad, yo no sabía nada de la tal erupción. Yo entendía, eso sí, de mi responsabilidad en tales momentos, yo no podía decir cosas alarmantes y que indujeran a pánico a los oyentes del popular periodista. Recuerdo que en un momento me dijo que personas que pasaban por la carretera de Manizales a Bogotá decían haber visto llamas y fuego en la carretera. Me preguntaba si eso era lava. Le dije que no sabía. Seguía él hablando y recibiendo llamadas y datos que le daba la gente, datos que inmediatamente me trasmitía. Yo seguía con mis respuestas cautelosas. Fue para mí una noche terrible. Cuando Gossaín me dejó y me iba a dormir un poco, me llamó Yamid Amat para lo mismo. Esta vez la conversación no duró tanto como la anterior y mi actitud fue la misma, respuestas responsables. A los dos les dije que sí, que yo conocía muy bien el volcán y toda la zona, pero que yo no soy vulcanólogo.
Recordemos que desde meses antes se especulaba mucho sobre si el volcán explotaría o no. Me lo preguntaron infinidades de veces. Mi respuesta era siempre la misma: no sé, no soy vulcanólogo. Por esa época un conocido vulcanólogo dijo que el volcán no explotaría. Entonces comencé a responder que no explotaría, basado en la palabra del experto.