En las últimas semanas nuestra ciudad ha sido un escenario de ideas y voces que, como hilos sueltos, invitan a ser tejidos. Siento el llamado de entrelazar estas reflexiones, pues en ellas resuenan mensajes profundos para comenzar a trabajar unidos por el desarrollo de nuestra región.
Hace poco, durante una sesión de la plataforma de liderazgo NIDO, el general (r) Óscar Naranjo compartió una reflexión que se quedó conmigo: “Si no hay narrativa, no hay posibilidad de construir nada. Uno en la vida debe tener un cuento”, dijo. Y es cierto. Una narrativa nos guía, nos da sentido y nos conecta. Sin ella, los esfuerzos se dispersan, las prioridades se diluyen, y el futuro queda sin forma. Naranjo hablaba de identificar los versos rectores de esa narrativa, de encontrar las palabras que nos permitan construir una visión compartida.
Semanas después, en el Encuentro de Afiliados de la Cámara de Comercio de Manizales por Caldas el director de Comfama, David Escobar, lanzó un mensaje que me pareció complementario: hoy, más que nunca, necesitamos mantener viva la esperanza. “La esperanza es contagiosa”, dijo. Y tiene razón. Es esa chispa la que nos mueve a levantarnos cada día, a creer que los retos no son insuperables y que el futuro puede ser mejor que el presente.
¿Y qué tienen en común estas dos ideas? ¿Por qué resuenan tanto juntas? Porque nuestra narrativa como región debe ser la esperanza. En las historias que aún se cuentan entre quienes vivieron otros tiempos, surge un sentimiento recurrente: antes se soñaba en grande. Se miraba hacia adelante con ambición, se trazaban metas que parecían imposibles y, aun así, se buscaban maneras de atravesar montañas. Ese espíritu soñador y resiliente marcó nuestra identidad como región.
Hoy, sin embargo, parece que algo se ha perdido en el camino. Nos enfrentamos a desafíos complejos que exigen colaboración, visión y, sobre todo, confianza. Es aquí donde surge la necesidad de construir puentes institucionales que unan lo privado, lo público y lo social. Solo así podremos impulsar proyectos de relevancia que transformen nuestra región, visibilizar el aporte del sector privado y tejer redes que hagan posible el progreso.
No es un trabajo sencillo. Definir una narrativa regional exige tiempo, diálogo y compromiso. Pero mientras lo hacemos, mientras encontramos esos “versos rectores” de los que hablaba el general Naranjo, nuestra narrativa debe ser la esperanza. Esa esperanza que nos recuerda que juntos podemos superar las barreras del presente, que hay sueños por alcanzar y que, como región, somos capaces de lograrlo.
No podemos resignarnos. Es momento de movilizarnos, de recuperar esa ambición que alguna vez nos definió y de avanzar hacia una visión compartida que trascienda los gobiernos de turno. Porque los retos del futuro no pueden esperar, y es responsabilidad de todos -desde lo privado, lo público y lo social- construir el camino hacia una región más fuerte, más unida y más próspera. Nuestra narrativa, por ahora, es la esperanza.
Pero esa esperanza no es estática ni pasiva. Es la chispa que nos impulsa a actuar, a soñar en grande y a construir un futuro digno de las generaciones que vienen.