Steven es un niño de cuatro años, y su papá, Marlon, un exitoso deportista de alto rendimiento que ha logrado una notable estabilidad financiera. Marlon ha sabido invertir sus ganancias en negocios que le han otorgado la libertad económica que muchos anhelan y le permiten a él y a su familia llevar una calidad de vida de alto nivel. A pesar de contar con estudios de postgrado, Marlon considera que su éxito no se debe a su formación académica. Para él, el tiempo y los recursos invertidos en su educación formal fueron la peor inversión que sus padres pudieron haber hecho. Por eso no está dispuesto a seguir el mismo camino con Steven, a quien no ha matriculado en preescolar y tampoco tiene planes de institucionalizar su formación en ningún nivel educativo.

A pesar de su corta edad, Steven muestra habilidades destacadas en matemáticas, lectoescritura, tecnología, arte, idiomas y deporte. Además, es un niño educado, de buenas maneras, lo que se considera popularmente como un “niño culto”. Como si eso fuera poco, ya tiene ingresos propios, gracias a la actividad de su padre y a la visibilidad mediática que han generado sus logros.

A finales de 2024 la representante a la Cámara Susana Boreal causó un gran revuelo al declarar que forzar a un niño a asistir a la escuela es una forma de violencia y de adoctrinamiento. Sus palabras ocuparon las primeras páginas de la prensa nacional y generaron un amplio debate. Laura Lewin, capacitadora internacional argentina y presidenta del Congreso Internacional de Desarrollo para Profesores y del Congreso Internacional de Directivos Innovadores, planteó que enseñar como se hacía en el pasado perpetúa un modelo educativo obsoleto, diseñado para un mundo que ya no existe.

Con el inicio del año escolar en Colombia me parece oportuno abrir un espacio de reflexión sobre el verdadero sentido de la escolarización institucional de los niños y jóvenes del país. La anécdota de Steven y las declaraciones de estas figuras públicas, más allá de provocar descalificaciones o respaldos incondicionales, deben invitarnos a los actores del sistema educativo a la reflexión y la crítica consciente. Especialmente a maestros, autoridades educativas, padres de familia y, sobre todo, a los propios niños y jóvenes, quienes son los protagonistas que padecen o disfrutan la vida escolar.

Anuncio, por ahora, que no compartiré mis consideraciones particulares sobre el tema, sino que invitaré a la reflexión nacional a través de algunas preguntas, con la firme convicción de que todos en Colombia somos parte de esta conversación; ya que somos, en última instancia, socios naturales de la gran organización institucional que es la escuela.

¿Es responsable la decisión de Marlon de no escolarizar a su hijo Steven?

¿Puede Steven llevar a cabo su formación de manera satisfactoria sin escolaridad formal?

¿Pueden las tres situaciones planteadas, que provienen de diferentes contextos, complementarse en un solo sentir?

¿Qué aspectos del sistema escolar colombiano constituyen una forma de agresión hacia los niños y jóvenes escolarizados?

¿La formación que se imparte en las escuelas colombianas responde a las demandas del mundo y la sociedad moderna?

¿Están los planes de estudio de los diferentes niveles educativos en Colombia alineados con lo que los niños y jóvenes necesitan aprender hoy?

Si estas tres situaciones son ciertas, ¿estamos ante una crisis de nuestro sistema educativo? En ese caso, ¿quiénes son responsables: los maestros, las autoridades educativas, los legisladores de los asuntos educativos?

Este es un asunto de gran importancia, y lo más conveniente es participar de estas reflexiones de manera seria y responsable, en beneficio de los niños de Colombia. La educación es una prioridad nacional, y todos estamos llamados a contribuir a la conversación. Amigo lector, usted tiene la palabra.