El nuevo primer ministro francés François Bayrou (1951) es una prueba de que nunca un político debe darse por muerto y que las volteretas del destino pueden sacarlo del limbo a la palestra como por acto de magia, tal y como ocurrió con el innombrable presidente estadounidense electo, el del peluquín y el maquillaje naranja y con muchos otros del espectro africano, asiático, latinoamericano, medioriental o europeo.

Profesor de literatura originario del suroeste, nacido en Pau junto a los Pirineos, cerca de la frontera española, Bayrou habla con un acento peculiar y durante mucho tiempo luchó contra la tartamudez que de vez en cuando reaparece en sus presentaciones públicas o discursos. Es hombre de campo, alcalde desde hace mucho tiempo de su ciudad natal, padre de seis hijos, católico, pero laico convencido. Viene de lo más profundo de Francia y ha brillado en la capital a lo largo de cuatro décadas como joven ministro de Educación y líder político del centro, al mando de su partido Modem (Movimiento Democrático).

Ha sido tres veces candidato a la presidencia, pero no ha podido nunca pasar a la segunda vuelta y con frecuencia sus enemigos lo han dado por muerto político, pues los derechistas lo acusan de traición por apoyar en algunas ocasiones a los socialistas y los de izquierda desconfían de él por participar en gobiernos de derecha y dar un apoyo crucial para la llegada al poder del joven Emmanuel Macron en 2017.

Desde un fulgurante inicio al conquistar la presidencia a los 40 años, Macron ha perdido popularidad y está en lo más bajo de los sondeos, es detestado por su arrogancia y desconexión con el pueblo, que estuvo a punto de tumbarlo cuando la crisis de los “chalecos amarillos”. Pero tuvo suerte porque lo salvó la pandemia, que paralizó al país casi tres años y apagó los impulsos revolucionarios de la Francia provinciana y agrícola. Ahora, tras muchos errores y una frustrada disolución de la Asamblea Nacional, el país está bloqueado y sin salida. En las elecciones legislativas de julio ganó la coalición de izquierda Nuevo Frente Popular, pero sin lograr mayoría absoluta, y el partido de la ultraderechista Marine Le Pen se convirtió en el mayor del país al obtener 11 millones de votos.

Pero el joven presidente no quiso reconocer los resultados de las urnas y optó primero por Michel Barnier, un primer ministro del partido de derecha Los Republicanos, que fue último en las elecciones, derribado hace unos días por mayoría absoluta del Congreso con votos de la izquierda y ultraderecha. Ahora Macron designó a su principal aliado y mentor, el profesor Bayrou, que tampoco ganó las elecciones.

Ahora Bayrou, septuagenario como Barnier, lo reemplazará sin saber si logrará permanecer al mando del Gobierno en un país ingobernable, donde se escuchan ya voces que piden la renuncia de Macron y el fin de la Quinta República fundada por el general Charles de Gaulle. El literario Bayrou, especialista en el rey Enrique IV, sobre el que ha escrito varios libros, recibió el cargo con el mismo entusiasmo que Barnier hace poco, pero su tarea será muy difícil y dijo que tiene “un Himalaya frente a él”. Cumple el sueño de ser Primer ministro a falta de la presidencia con la que sueña y sabe que esta fue su última oportunidad, el instante político en que se alinean los astros y el viejo político derrotado y humillado, lleno de cicatrices, resucita. ¿Pero por cuánto tiempo?