Notre Dame de París reabre sus puertas cinco años después del incendio que la devastó y casi la destruye el 15 de abril de 2019. Si no hubiera subido un grupo de bomberos, en una misión casi suicida a una de las torres frontales para sofocar allí otro foco de la conflagración, el desplome lateral se hubiera llevado toda la estructura de piedra convirtiéndola en ruinas. Aquella fecha fatídica presencié cerca del lugar el desespero de los parisinos que acudieron y no podían creer lo que veían, especialmente los católicos que cantaban e interpretaban música clásica en distintos lugares cercanos para tratar de conjurar un derrumbe que parecía ineluctable. Una joven directora de orquesta dirigió desde la fuente de Saint Michel a una orquesta juvenil con gran entusiasmo, convocando energías necesarias para impedir el desastre.
Y el milagro se dio porque después de medianoche, los expertos dieron por conjurada la posibilidad de que todo el edificio se derrumbara como un castillo de naipes. Pero el daño estaba hecho, pues todo el techo milenario de madera del templo y su aguja central se habían quemado y desplomado hacia el interior de la Catedral y sus cenizas mojadas yacían humeantes abajo en el piso. Varios vitrales estallaron y muchos muebles, objetos, púlpitos, confesionarios, esculturas y cuadros resultaron averiados. Los bomberos seguían lanzando chorros de agua para apagar los últimos focos y dejar controlado el desastre a medida que avanzaba la madrugada. Estuve todo ese tiempo debajo de un antiguo puente cercano, al otro lado del río, un lugar desde donde podía verse el espectáculo completo. Y sentía vibrar de emoción a toda esa gente, viejos y jóvenes que se resistían a partir pese a que ya habían cerrado los transportes públicos, el metro y la mayoría de líneas de autobuses.
A esa hora de la madrugada esa zona de la ciudad, el Barrio Latino, en cuyo seno aún hay ruinas romanas de cuando la metrópoli se llamaba Lutecia, estaba iluminada y había tanta gente deambulando por las calles como si fuera un viernes o sábado por la tarde. La multitud había venido desde todos los rincones para acompañar al templo amenazado y decidieron quedarse hasta el final, que en este caso fue un final feliz pese a todo, porque la estructura seguía en pie. Porque Notre Dame es el corazón de París.
Acudimos a un bar en la avenida Saint Germain des Prés, que estaba lleno de parroquianos y brindamos ahí por el desenlace de esta historia que se había iniciado en la tarde, a la hora en que la gente se prepara para salir de sus trabajos rumbo a sus casas y cuando muchos van al bistrot a tomarse su aperitivo. En uno de esos lugares vi por televisión las primeras imágenes transmitidas en directo conmocionando al público atónito y no dudé un instante en acercarme a ese templo mágico que siempre parecía intocable y eterno.
Un templo que figura en novelas como Gargantúa y Pantagruel del renacentista Rabelais o Nuestra Señora de París de Víctor Hugo y en poemas, canciones o cuadros y dibujos que van desde el Medioevo hasta nuestros tiempos, pasando por los impresionistas y los cubistas. Una Catedral que queda para siempre impregnada en las retinas de quienes la vieron o la soñaron un día. Ahora, ya restaurada, se prepara a vivir otro milenio.