Iniciar un año nuevo implica, casi de manera natural, fijarse metas. Hay quienes hacen rituales, mapas de sueños, vision boards, actions boards y no sé cuantos nombres más. Todo se vale, hasta salirse del libreto y no hacer nada, simplemente dejar fluir. Es una elección personal.
Para mí sí está claro, que esta época es de balances y propósitos, de agradecer el camino recorrido y los maestros que la vida nos pone, de revisar qué logros se alcanzaron, qué funcionó y qué no, qué quedó en la lista de pendientes. Y como cuadriculada ingeniera que soy, tengo que medir. “Lo que no se mide, no se mejora” dice la frase. Para mí es importante trabajar constantemente en una mejor versión propia, sobre todo como persona, lo demás es añadidura.
En mi caso, empezar un año es una oportunidad para hacer introspección, y para planear lo que se espera, tomando cartas en los asuntos, porque eso de manifestar y sentarse a esperar, seguro que no funciona.
Mis propósitos parten desde lo simple y desde lo que controlo en varias aristas de mi vida: empezando por el bienestar, pasando por los aspectos profesionales, familiares, sociales, emocionales y espirituales. Fijarse pequeñas acciones cotidianas da frutos. Lo he comprobado con años de disciplina.
Por eso, uno de mis propósitos para este año es bajar mis tiempos diarios en pantalla por lo menos en un 25%, quiero soltar lo virtual, para disfrutar más de lo real, y a la vez ser cada vez más selectiva con los contenidos que consumo.
Estoy cansada de muchas cosas que suceden en redes sociales: de los discursos de odio, de la desinformación y del montón de vende humo que no saben a ciencia cierta de lo que hablan, y que desafortunadamente le hacen tanto daño a la humanidad.
Ahora, no quiero ni pensar lo que va a suceder con el anuncio de Meta al suspender en Estados Unidos el chequeo de contenidos falsos. Batalla perdida en contra de la desinformación. Y si bien, el problema no son las redes per se, sí lo es el tiempo que me quitan, y que me impide cumplir con otros propósitos.
Tampoco soporto la falsa perfección de vidas, parejas, familias, y cuerpos, en redes. Sentí algo de hastío, viendo a todo el mundo hacer alarde de los éxitos alcanzados en el 2024, ¿Qué tan necesario es publicar asuntos tan personales?; si bien podrían tener un efecto importante en la marca profesional, pienso que no es necesario, los resultados del día a día hablan por sí mismos. Esto aplica en el balance personal.
Esta falsedad pone en juego la salud mental, sobre todo de los jóvenes, porque la vida no es solo felicidad. La vida también es vulnerabilidad, miedo, ira y tristeza. Se vale sentir todas las emociones y transitarlas. Así riñan con las máscaras. Entender que no somos caritas felices y que cuando nos rompemos entra la luz. Esto es realmente humano.
Necesito desintoxicarme un poco de las redes y mirar más para adentro. Ese también es mi deseo para ustedes en el 2025.