"Acordate hermano qué tiempos aquellos" (2)
Recuerdo aquella vez, de chiquilín. Fue después de una feria. Amistoso lo llamaron porque el Once Caldas, que enfrentaba de local al Pereira, estaba en sus arranques. No pertenecía a la Liga.
Fue mi primer diálogo directo y sentimental con el fútbol de nivel. Entendí ese día que había y hay otro fútbol, distinto al de las canchas empantanadas de los barrios.
El fútbol de los ídolos, los estadios deslumbrantes y bulliciosos, de locutores con voces encendidas describiendo con velocidad los sucesos del partido.
Diferente al de hoy en el que las marcas apuran, los atletas corren, los árbitros influyen y las simulaciones afean. El de las pizarras y las tácticas para no perder. De fórmulas geométricas, cápsulas ilustrativas, rayas y sombras. O el de las componendas.
Al equipo Albo, o Blanco, a pesar de su arranque con los colores verticales de la bandera de la ciudad, lo conocí, en serio, ese domingo. El primero de miles de domingos, con citas puntuales como un culto, con la fiebre de aficionado que se metió en mi sangre y no me abandonó nunca.
Estadio lleno, hasta las banderas. Fútbol abierto, agresivo con la pelota, con la rivalidad del todo o nada. Fútbol de ataque, para un 6-7 final que hizo ocioso el análisis por el impacto histórico del acontecimiento.
Aquello fue otra cosa. Las cargas emotivas en cada jugada. En cada toque de los futbolistas elegidos para el arranque de la aventura más preciada, que se inició al impulso e influjo de Oscar Hoyos Botero, Eduardo Gómez Arrubla y Carlos Gómez Escobar, como directivos arriesgados.
El primero trajo a Manizales la Feria, inspirado en las fiestas de Sevilla en España. La que hoy perdura en medio del orgullo de los manizaleños.
Destacados fueron Mirabelly, Núñez, Galarza, Oscar López, "Velitas" Pérez, Antonieta, Flematti, Stefanelli, Olmos, Conrado Arango, al lado de "Pipa" Botero, con un portero ecuatoriano de debut y despedida, Gonzalo Lozano, a quien llamaban “el suicida”.
Con un técnico venido de Buenos Aires, Don Alfredo Cuezzo. Después del título nacional en 1950 con el Deportes Caldas y haber dirigido el Once en cinco oportunidades, se hizo nuestro. Manizaleño.
Luego, llegaron las tardes inolvidables, con partidos vibrantes y resultados definidos en los últimos minutos, con los toques propios de un drama como en la Libertadores.
En una de esas jornadas, debuté en el "Hernán Ramírez Villegas", de Pereira, como comentarista, en los albores de mi carrera, en Caracol radio, después de haberme iniciado como reportero en Todelar Manizales al lado de Javier Giraldo Neira.
Con el paso del tiempo la rivalidad regional tomó otros rumbos. El clásico se hizo violento. Los choques de las barras fueron frecuentes, como las provocaciones de los periodistas, los futbolistas y los entrenadores desde los micrófonos.
El de esta vez, como todos en el pasado, clásico incierto. Ni empatar es permitido, por el honor y el orgullo.
Clásico de lágrimas, decepciones o resonante triunfo. No apto para los insensibles. ¡Qué viva el fútbol!