Día a día proporciona una inspiradora visión de la vida, sin movimientos en su cuerpo, cuadripléjico, pero dueño de ideas, pensamientos, mensajes y optimismo.

Veinte años lleva atado en silla de ruedas, acostado en una cama, en medio de especiales atenciones de los médicos y asistentes de la salud, con su esposa, Adriana, y su hijo José Fernando, sus familiares y sus amigos, del fútbol, soporte inquebrantable para enfrentar su desventura.

Tras su infortunio el pronóstico sobre su vida fue devastador. Un mes, era la máxima previsión. Han pasado 20 años y sigue campante con los naturales desfallecimientos, los que no han menguado sus ganas de vivir.

Tiempo en el que ha producido admiración y no compasión, con dedicada tarea en la enseñanza y el aprendizaje.

En su drama, no dejó de crecer. De actualizarse. De aprender. Graduado con honores en Uniminuto, como experto en educación física, da entrevistas, dicta charlas motivadoras a los jóvenes de zonas deprimidas, con el poder de las palabras para relatar su desgracia y hacerla útil para la sociedad.

Desnudando sin tapujos su desventura, sin resentimientos, sin odios, sin revanchismo, sin límites en la adaptación a su segunda vida, porque, siempre lo predica, vive con gratitud a Dios su segunda oportunidad.

A Montoya no lo ven como un estorbo. Ni él lo permite. Al contrario, para muchos es un héroe, por ser un luchador infatigable, porque nunca aceptó ser prisionero de su cuerpo. Al contrario liberó siempre su espíritu, resistente, sin recrearse autodestructivo en la vulnerabilidad.

Al comienzo de su drama desgarró el alma de los colombianos por las características del incidente, en momentos en los que, como técnico campeón de la Copa Libertadores con el Once Caldas, aún sentía y celebraba los efectos de su sonoro triunfo.

Montoya es un ejemplo iluminado frente al poder devastador de la impaciencia. Sin subordinarse con lamentaciones frente a su desgracia o estableciendo barreras emocionales para convertirse en víctima.

Todo lo reafirma con el amor a Dios, en la comprensión de lo ocurrido, en la forma de fortalecerse para flexibilizar sus pensamientos y sus sentimientos.

Son pocas las señales en su evolución, con la ciencia atenta a los descubrimientos que reviertan su situación, sin perder la esperanza de volver a caminar, de volver a dirigir.

Montoya, el campeón de la vida que puso a llorar al mundo del fútbol, que despertó solidaridad en todos los lugares donde rueda el balón, vive hoy sosegado, reflexivo, viendo fútbol sin expresar desencantos, sonriéndole a la adversidad.

A veinte años del incidente, el “profe” Montoya es una luz en la oscuridad.