Todas las alertas literarias de la ciudad saltaron en noviembre pasado. De manera espontánea la exquisita librería Tipos Infames anunció en sus redes, con poco más de 24 horas de anticipación, una inesperada firma de libros con Ted Chiang, el prestigioso autor neoyorquino de ciencia ficción y ganador del flamante premio Hugo, a quien nadie aguardaba por Madrid, pues todos pensábamos que estaría demasiado ocupado participando del Festival 42 de Barcelona. Sabiendo lo poco que suele aparecer en público, y el esfuerzo titánico que debió representar para la editorial Sexto Piso hacerlo saltar el charco, había que ir a verle. Era en ese momento o nunca.
Lo bueno de una convocatoria tan intempestiva, al menos para mis propósitos, es que gran parte del público no se enterara sobre ella, lo que me permitió abordar a Chiang tan pronto como lo descubrí deambulando por la librería minutos antes de su evento entre los contados asistentes que tuvieron la suerte de responder a su llamada. Me presenté y junto a la mesa de novedades comenzamos un diálogo colmado por silencios reflexivos que antecedían a cualquiera de sus respuestas a mis preguntas. Leer sus relatos cocidos a fuego lento reveló el método de un escritor que no pone en ellos ni una palabra de más, pero ver el mismo proceso cognitivo operando en persona te permite evidenciar de primera mano la precisión narrativa donde radica el éxito de sus historias.
En nuestra charla, Chiang reconoció la fuerza inapelable del entretenimiento de masas pues, en sus propias palabras, “muy pocos sabían quién era yo hasta la película” (refiriéndose a “La Llegada” de 2016, basada en su texto “La Historia de tu Vida”), pero admitió poderse abstraer de todo ello a la hora de trabajar. También agradeció el nunca haberse encontrado un editor que le dijera sobre qué tenía que escribir, aunque reconoce que de haberlo tenido tampoco habría funcionado, pues simplemente es incapaz de producir textos por encargo, como las inteligencias artificiales sobre las que tanto ha ahondado en su bibliografía, ya que el convencimiento interno sobre el tema a tratar es un componente esencial de su proceso creativo.
Chiang también tuvo tiempo para lamentar conmigo que la ciencia ficción siga siendo infravalorada como literatura de segunda categoría, confesando no con poca amargura que cree que aquello no va a cambiar en el horizonte cercano, aunque destacó con optimismo que esta tendencia viene cambiando desde hace ya algunas décadas y que, poco a poco, ésta empieza a obtener cierta parte del crédito que merece. Luego recitó de memoria una frase que escuchó alguna vez sobre cómo los géneros literarios no son más que una conversación de ida y vuelta entre el autor y sus lectores y reafirmó que él escribe ciencia ficción porque esa es la conversación a la que quiere pertenecer. 
Finalmente, preguntado sobre si, dado el avance de la tecnología, le preocupaba que sus relatos, orbitando mayoritariamente sobre ella, queden obsoletos al fundirse con lo cotidiano, Chiang sonrió y sólo atinó a decir “falta mucho para ello” mientras se retiró a firmar ejemplares.