En Colombia la migración tiene múltiples aristas por ser un fenómeno trasnacional, en el que aparecen las violaciones a los derechos humanos y actores que mueven diferentes intereses.

Colombia registra del vecino país Venezuela, 2.875.000 migrantes, sin contar a quienes van de paso o en tránsito y otros anónimos por estrategia, que no revelan su identidad y menos su nacionalidad.

Esta población utiliza la extensa frontera existente entre ambos países, con preferencia La Guajira, Norte de Santander y Arauca. Existen colonias organizadas en Bogotá, Cali, Medellín, Cúcuta, Bucaramanga y Riohacha incorporadas a la fuerza laboral y productiva, otros como mano de obra en el sector rural esparcidos en el territorio nacional.

En conclusión, esta población migrante de Venezuela tenía la esperanza de retornar a su país de origen con el cambio de Gobierno, situación que no se dio.

Se tiene registro de 3.900.000 venezolanos en la misma condición y con los mismos propósitos en Perú, Chile, Brasil y Panamá. El Permiso de Permanencia en Colombia es por dos años, requisito que tiene esta población para ser atendida por los servicios de salud, educación y ya es sobrecarga en los presupuestos municipales, causando molestia e inconformidad en alcaldes y funcionarios.

De otra parte, está el paso por el Tapón del Darién, a donde llegan ciudadanos de distintas nacionalidades buscando el sueño americano, viajando de frontera en frontera por países centroamericanos hasta alcanzar México y su vecindad con los Estados Unidos.

Ya escuchamos las primeras declaraciones del presidente, Donald Trump, poco halagadoras para la población migrante y de todos aquellos que se mueven en ese mundo. En este caso, nuestro territorio se convierte en zona de paso y permanencia de poblaciones que ahora tienen que replantear sus metas, al endurecerse las medidas migratorias.

Cuando crece la dificultad para traspasar las fronteras, aumenta la corrupción y el abuso a las víctimas, las empresas dedicadas a los trámites buscan timar con mayor habilidad y los arriesgados transeúntes comprometen sus ahorros buscando el sueño perdido.

Viendo los registros de la población venezolana en los países del sur, por ejemplo en Perú hay 1.800.000 ciudadanos de esta nacionalidad. Ese tránsito se hizo en una mayor proporción viajando por tierra a la frontera colombiana del sur, por Nariño, luego Ecuador y posterior al destino final.

Este preámbulo, acompañado de algunas cifras generan preocupación, inquietudes y hasta solidaridad por el pueblo hermano, pero en lo concerniente a nuestros intereses amerita una reflexión más profunda por el impacto que en nuestro país está teniendo el fenómeno migratorio.

Y si a todo esto se suma la repatriación de connacionales ilegales desde los Estados Unidos, agravará más la situación. Por eso cuando vemos la figura de un migrante en una carretera con sus pertenencias en dos maletines, vemos a un ciudadano del mundo, menos de su país; es decir, sin patria, sin hogar, sin familia, ni amigos, vagando a la deriva, luchando por sobrevivir en busca de un techo, un lecho donde dormir y descansar, sin abrigo, ni quien le dé trabajo, mitigue la sed y le regale alimentación. Esta puede ser la radiografía de un migrante.