El comienzo de un nuevo año es momento de expectativas y propósitos, pero el que viene, más allá de nuestros deseos individuales, no le da al país mucho margen para el optimismo y plantea, más bien, un escenario de claroscuros en materia de paz, seguridad, crecimiento
y bienestar.
No ayuda el incremento, no concertado, del salario mínimo, que suena a revancha por la caída de la ley de financiamiento y,  definitivamente, además de ensanchar las brechas entre el sector privado y el Gobierno, traerá más desempleo y mucha más  informalidad.
De otra parte, 2025 es año preelectoral en el que se empieza a definir la sucesión presidencial, lo que no es necesariamente malo, pero resta gobernabilidad y suma polarización, no solo en el Congreso de la República frente a las reformas del Gobierno, sino en otros sectores de la sociedad y de la política. 
La paz es otro de esos brochazos oscuros, pues ni en las disidencias y reincidencias de las Farc, ni en las mal llamadas Autodefensas Gaitanistas, ni tampoco en el Eln, se percibe siquiera un asomo de verdadera voluntad de abandonar la violencia y el hostigamiento a la población.
En cuanto al proceso con el Eln, con diálogos avanzados, persiste la puja entre un Gobierno afanado por mostrar resultados y una guerrilla que ya anunció públicamente que no firmará un Acuerdo Final con este Gobierno. Entonces…, ¿a qué jugamos? En ese escenario reiteró el sentido de mi participación: No se trata de asumir la actitud deshonesta del palo en la rueda, pero sí de una voz que rompe la unanimidad de la delegación gubernamental y denuncia con verticalidad la incoherencia y los incumplimientos del Eln, como me lo ha pedido el Congreso Ganadero y amplios sectores a los que también represento, que se mueven entre la incredulidad y el escepticismo.
Lo cierto es que la inseguridad derivada de las luchas por el control territorial para proteger las rentas ilícitas del narcotráfico, la minería ilegal y todo tipo de fechorías, ya no es exclusiva de la Colombia profunda, sino que se ha tomado los parques y los barrios de las ciudades, donde la población atemorizada está otra vez atrapada por dinámicas que, a partir del microtráfico, han articulado núcleos de criminalidad que desbordaron la capacidad de respuesta de las autoridades.
Ahora bien, el miedo es una reacción necesaria para que la sociedad se detenga ante el abismo y asuma posiciones frente a las amenazas, de cara al proceso electoral de 2026. Somos más los que queremos un mejor país, y esta es la oportunidad para responder con altura frente a la adversidad y hacer frente común por la restauración del orden y la defensa de las libertades.
En el año que viene, a pesar de las pinceladas de oscuridad, prefiero los tonos claros del optimismo y la determinación. Por eso les deseo a los colombianos la prosperidad que es fruto del esfuerzo y de la fe en un futuro mejor.