El sacerdote jesuita y escritor del Siglo de Oro Español, Baltazar Gracián (1601-1658), expresó, en relación con las formas de hablar y escribir: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Esa es una de tantas sentencias que han trascendido los siglos sin perder su vigencia ideológica, ni el sentido práctico de su esencia, que aplaca en parte los impulsos negativos del hombre, como la tendencia a la verborrea insustancial, que expresa mucho pero no contiene nada útil.
La época navideña, inspiradora para los cristianos por el nacimiento de Jesús de Nazaret, sirve para recordar que Él ordenó a quienes le seguían: “Amaos los unos a los otros”. Quinientos años antes, el filósofo chino Confucio, inspirador de nobles principios humanísticos, había sugerido: “No hagas a otros lo que no quisieras que te hicieran a ti”, que sugiere tolerancia y solidaridad.
La escuela antigua de los filósofos griegos, cuyas enseñanzas han trascendido los siglos para orientar el conocimiento de sucesivas generaciones, resumió en pocas palabras, expresadas por sus actores, enseñanzas que facilitan la expansión del conocimiento, como la frase que recibía a quienes visitaban el Oráculo de Delfos para hacer consultas que orientaran sus decisiones: “Conócete a ti mismo”. Y Sócrates, para señalar la inducción de un conocimiento a otros, dijo: “Sólo sé que nada sé”.
En el plano de decisiones inaplazables, en el cenit del poderoso imperio romano el legendario general y emperador, Julio César, cuando pretendía invadir las Galias (actual Francia), en el proceso de expandir el dominio de Imperio hacia el occidente europeo, ante la demora de la autorización del Senado para cruzar el Rubicón, presionado por la impaciencia de las tropas, ordenó hacerlo, después de expresar: “la suerte está echada”, que ha servido a muchos dirigentes para tomar decisiones cruciales en asuntos diversos, sin esperar detalles de procedimiento. El informe sobre el resultado del operativo fue lacónico y contundente: “Vine, vi, vencí”.
Siguiendo la ruta de frases que han marcado momentos históricos de la humanidad, ante la inminencia de la guerra con Alemania, la corona británica designó como primer ministro a Churchill. Cuando se esperaba que éste pronunciara en su posesión un discurso elocuente y trascendental, dijo simplemente, con serenidad y honda convicción: “Sólo les prometo a mis compatriotas sangre, sudor y lágrimas”. La guerra se ganó, pero las pérdidas, materiales y humanas fueron inmensas.
En otro plano, donde también operan las sentencias que orientan el pensamiento humano, el sabio Einstein decía: “Es más importante la curiosidad que el conocimiento”. Y, evidentemente, los descubrimientos que han solucionado problemas que afectaban la calidad de vida de las comunidades fueron el resultado de mentes curiosas, que juntaron fichas de un rompecabezas imaginario, hasta obtener resultados que confluyeron en grandes descubrimientos.
El presidente Abraham Lincoln de los Estados Unidos, gobernante jamás superado, definió la democracia en forma sencilla y acertada: “Del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Las sabias frases citadas contrastan con la verborrea insustancial del populismo.