Un 9 de diciembre del año 1824, el general en jefe del ejército patriota, Antonio José de Sucre, después de una corta batalla, logró, finalmente el triunfo para el cual se había preparado toda su vida. Satisfecho y, tal vez, algo sorprendido, miraría el campo de batalla para dimensionar el momento que estaba viviendo, pero no era oportuno dedicarse a elucubraciones, la derrota del rey había que organizarla de inmediato. Le daba gusto ver como el frenesí de sus soldados, después de terminada la lucha, se dedicaban a otro objetivo. Se oían todavía disparos, porque para muchos guerreros la batalla, mentalmente, no había acabado, el trance sanguinario, eje de la guerra, seguía inundando de adrenalina sus cuerpos. Era preciso dar las órdenes para asegurar los prisioneros; atender los heridos, propios como ajenos y recoger el armamento.
Fue en los ojos del teniente general José de Canterac, jefe de las reservas españolas, quien actuaba a nombre del general y virrey José La Serna, que había sido herido, cuando le entregó su espada en señal de sumisión, que entendió la trascendencia de esta victoria. Profunda era la angustia del militar español, al parecer seguía repasando mentalmente el desarrollo de la batalla para comprender qué se hizo mal, al él no le importaba propiamente el rey Fernando VII o la pérdida de sus posesiones americanas, todo eso se podía recuperar en una mesa de negociaciones, al militar le dolía ser derrotado por un hombre de 29 años que no podía ostentar la formación militar que él, a sus 48, años tenía. Sucre para Canterac no era un rival digno.
Él había iniciado esa batalla con el propósito de acabar con Bolívar, de una vez por todas, y no ser vencido por su segundo. No sabía el español que a Bolívar se le había aconsejado retirarse y encargar a Sucre, porque en el caso de una derrota patriota, la lucha por la libertad, hubiera sufrido un revés inconmensurable.
En esa mirada Sucre vio, que la guerra había terminado y que España aceptaba que Bolívar era invencible. Las armas y no la razón habían dado el último concepto. Quince años de guerra, que para Colombia inicia con la Batalla del Bajo Palacé, donde el brigadier bogotano Antonio Baraya venció, el 28 de marzo de 1811, al gobernador de Popayán Miguel Tacón, iniciando de esta forma la guerra entre España y las Provincias Unidas de la Nueva Granada, las cuales, para el encuentro de Ayacucho, ya se llamaban Colombia.
Haciendo cuentas de las tropas que le quedaban al rey en la América, Sucre, complacido pudo constatar que no quedaba ejército que pudiese obstruir lo que él y todos los demás líderes, próceres y mártires, habían acoplado. Seguiría la ardua tarea de construir, de unir esfuerzos, de hacer política para sacarle réditos a la libertad. Ese nuevo reto al Mariscal de Campo, Antonio José de Sucre, el único hombre que en el Ejército de Colombia ostentó ese rango, lo preocupó hondamente, porque sabía que se lucharía contra un enemigo implacable: la desunión.