Los libros son un tema apasionante y La Patria viene publicando una serie de artículos dándole una oportuna visibilidad. Pienso que los debates que suscitarán serán importantes y deberían ir mucho más allá que la celebración o frustración de aparecer o no en esas dos listas publicadas.
El libro en Caldas ha tenido una posición muy ambigua, a pesar de ser cierto que Manizales fue potencia librera con don Arturo Zapata, el editor de los escritores vinculados al grecolatinismo en los años 30 y 40; de contar con editoriales alternativas como La Atalaya, de don Gilberto Agudelo, en la que se publicaban obras de autores más exaltados que los que promovía la Editorial Zapata, y también se debería incluir en esta lista de la infraestructura del libro local a la Imprenta Departamental, la cual, cuando la dirigían hombres de letras, como don Adel López Gómez, los resultados eran asombrosos.
Caldas escribía y leía porque Manizales fungía como elemento articulador para toda la región.
Esa posición se extravió y Manizales y su provincia quedaron sumidos en un mutismo largo y profundo. Don Arturo dejó de publicar, don Gilberto se murió y los politiqueros se apoderaron de la Imprenta Departamental, a esto se le suman la popularización de otras tecnologías de esparcimiento y el libro, en y de Caldas, perdió su rol y prestigio.
Hablan jóvenes activistas de formular una política pública del libro, porque se vuelve a tener fe en la importancia del libro y en una reunión, bastante improvisada, en la última Feria del Libro a pesar de la presencia de la directora de la Biblioteca Nacional, insistí en que esa política del libro no debe abarcar solo a Manizales, sino que debería ser departamental, porque es allá, en la provincia, donde el libro y los autores locales requieren ser defendidos y promovidos.
La lista de Fernando Alonso Ramírez, la segunda, lo comprueba: ningún autor o libro de la provincia caldense tuvo cabida en ella, excepto el de Álvaro Gärtner impreso y editado en Manizales, y se podría decir que Ramírez se equivocó con el nombre: debería llamarse 25 libros manizaleños y no invocar y escudarse en el departamento que no fue tenido en cuenta.
La afable metodología inventada por Ramírez para obtener esas cifras es curiosa. En ella no se les preguntó a las editoriales locales cuáles fueron los tirajes y cuántos libros les quedan en existencia y de esa forma se obtendría un estado del arte más fidedigno sobre el cual se podría trazar un bosquejo de política pública del libro.
Recordemos que los premios Grammy los da la industria de la música a los cantantes que más discos venden, no se basan en las opiniones de los amigos de un periodista quien se puso en la laboriosa tarea de preguntar.
Planteamientos como esta encuesta causan confusión en el gremio y creo que solo sirven para alimentar egos y rivalidades inútiles que a lo largo solo lastrarán el desempeño del gremio editorial que vivimos de los lectores y, por supuesto, de los autores.