La actual política colombiana que se desarrolla en las redes sociales solo dura un par de días, lo cual es suficiente para que los noticieros lo transformen en el escándalo de la mañana. Así que debo de recordarle, pues pudieron olvidarlo, que una representante a la Cámara en el Congreso dijo: “yo siento que obligar a un niño a asistir al colegio es una forma también de violencia y una forma muy evidente de adoctrinamiento”. Muchos se burlaron y rieron de lo que parecía una crasa ignorancia. Realmente se trata de una corriente de la política educativa, en este caso, española, según el filósofo español José Sánchez Tortosa y columnista de temas relacionados con la educación. 
La pedagoga Inger Enkvist, quien prologa el libro El culto pedagógico: crítica del populismo educativo (2019), publicado por Akal Educación, señala que “es especialmente interesante descubrir las similitudes entre la pedagogía en boga actualmente y la de diferentes regímenes totalitarios”, que también se oponen al “adoctrinamiento” escolar. La obra de Sánchez Tortosa es un análisis de la “Nueva Pedagogía, que como toda moda es al menos tan vieja como aquello que pretende superar, se ha erigido en la religiosidad oficial para estos tiempos de psicologismo y subjetivismo”. Psicologismo y subjetivismo que se aprecia en las evaluaciones a los “profes” y en la idea de que si un padre desea que su hijo vaya a la escuela para que aprenda a leer y entre en el mundo del conocimiento, entonces ya es un acto de “violencia”.
Según el autor, esta “nueva pedagogía” empapa la legislación educativa “con lo cual la autoridad técnica del profesor ha quedado paulatinamente disuelta”. A esta política educativa fundamentada en el “psicologismo y subjetivismo narcisista”, el autor lo llama populismo pedagógico, el cual “hurta a los alumnos, bajo la mascarada de la escuela inclusiva, el acceso a unos niveles de conocimiento elevados”. Este populismo, en su amplio sentido, “ha empobrecido e, incluso, evacuado el contenido científico, académico, técnico e intelectual de la enseñanza pública. En su lugar, la subjetividad sentimental y emocional, los espejismos de la felicidad y de la libertad espontánea del niño”. 
Una de las consecuencias del populismo pedagógico, según Sánchez Tortosa, es “un infantilismo creciente y una adolescencia casi perpetua han ocupado el centro de las funciones de los profesores, subordinados a la psicopedagogía y reducidos a la función de  contener y entretener a bolsa de sujetos en edad prelaboral”. Los padres que promueven la “libertad” deben preguntarles a sus niños: “¿qué deseas comer, nene?”. Si pide pollo, le dirá al mesonero que “el pollo no sepa mucho a pollo” y darle la comida a la boca, aunque él ya debería hacerlo por sí solo. 
Los sacerdotes del populismo educativo se apoyan en el “mito de la escuela democrática y de la innovación pedagógica” y del nihilismo pedagógico. Es posible que el lector me sugiera mencionar que el origen de la llamada generación “nini”, unos veinte millones de jóvenes en América Latina y sus variables, procede de esta tendencia totalitaria de la educación.