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Estados Unidos se proclama el vigilante de las democracias en el mundo, por eso lo que podría parecer patético en un principio resulta ser muy preocupante. Que una potencia como esta, que se precia de tener algunas de sus universidades entre las más prestigiosas del mundo, ponga a sus ciudadanos a elegir entre dos candidatos que generan más preocupación que tranquilidad tiene que ser un tema de alcance global, toda vez que como señala el viejo dicho, en esas elecciones presidenciales debería votar todo el planeta. Así de importante es lo que se define en la primera potencia en noviembre próximo.
Durante días, de acuerdo con las informaciones que se han conocido, se estuvo preparando Joe Biden para enfrentarse a las mentiras, exageraciones y macartizaciones de su contendiente Donald Trump en el debate presidencial del pasado jueves, pero el resultado fue pobre, tanto que ayudó en parte con sus desaciertos a que el candidato republicano se viera mejor de lo que realmente es. Esto ha provocado todo un clima de tensión en las huestes demócratas, al punto que miembros de este partido hablan de jugársela con una nueva carta. El asunto es con quién. El pánico puede ser el peor consejero.
A su vez, el enjuiciado Trump demostró una vez más en el debate presidencial que de llegar a la Casa Blanca podría acometer decisiones que pueden terminar por afectar el balance democrático multilateral, como ya hizo cuando ocupó el cargo de presidente de los Estados Unidos. Se trata de una persona impredecible a la que sus propios asesores le escondían los decretos que ordenaba expedir para sacar las tropas apresuradamente de algún lugar, romper relaciones con alguna nación o quitar todo apoyo a un organismo multilateral, según cuenta el periodista Bob Woodward en el libro Miedo, una radiografía de lo que era este candidato en el poder.
Es una lástima que en un país con líderes sólidos en muchos campos no tengan estos una oportunidad en la política, pero eso es precisamente a lo que conducen los mesianismos, los extremismos y los ataques continuos a las formas democráticas. Esa sensación de hecatombe provoca que la gente con capacidades prefiera prestar sus servicios a la sociedad desde otras orillas diferentes a la política y se van olvidando de reconocer que esta es necesaria para poder conducir el pacto social que permite gobernar a las naciones. Si para algo sirvió el debate es para recordarnos que la incertidumbre es parte de la vida misma y que quienes buscan el principal cargo de los Estados Unidos son igual de humanos a los demás, con sus defectos y sus virtudes.

Hay que tener mucho cuidado de decir que este es un asunto de la edad. Los términos despectivos que se han escuchado no deberían siquiera considerarse, porque una cosa es que se pierdan funciones por razón de la edad y otra muy distinta considerar que ser viejo es una enfermedad, es tan solo el estadio al que la mayoría deberíamos llegar en tranquilidad. Seguro habrá zambra en las campañas, ojalá los electores acudan a las ideas y no a las pasiones, pero en estos tiempos, eso parece mucho pedir.