Terminemos hoy la historia de Sir Roger Casement. Tuvo un final triste. Regresado a Inglaterra conspiró con Alemania para lograr la independencia de Irlanda y para ello recibió armas de los alemanes. Inglaterra lo condenó a muerte por “traidor, homosexual, y pederasta” y fue ahorcado en 1916 en plena Primera Guerra Mundial. De nada valió que pidieran clemencia para él William Yeats, Arthur Conan Doyle y George Bernard Shaw. Un día antes de su muerte, Casement recibió un telegrama de Julio Arana pidiéndole que se retractara de las acusaciones que le había hecho. Cosa que obviamente Casement no hizo. En 1965 fueron repatriados sus restos con máximos honores y Eamon de Varela, primer presidente de Irlanda, hizo el discurso laudatorio rindiéndole homenaje en nombre de toda la nación. Mario Vargas Llosa le dedicó una novela titulada “Sueños del celta”. Bélgica pidió perdón al Congo ante toda la comunidad mundial por los horrores cometidos por su monarca.
Llegados a este punto y ya que hablamos del nefasto prontuario de Leopoldo II debemos hablar de otro monarca belga de infeliz recordación entre nosotros, Leopoldo III. ¿Qué pasa con los reyes de Bélgica, se pregunta uno, por lo menos con dos de ellos, de pésima trayectoria colonianista? Justo es decir que los actuales monarcas de este país ya no transitan por los vericuetos oscuros de la historia.
Recordemos un poco la historia de Bélgica. El primer rey fue Leopoldo I al que sucedió Leopoldo II, el asesino del Congo. Muerto este en 1909 le sucedió el rey Alberto a quien le tocó vivir los horrores de la Primera Guerra Mundial. Cuando los alemanes pidieron permiso para invadir a Bélgica, Alberto se negó, y los alemanes haciendo caso omiso de la negativa invadieron el pequeño país. Inglaterra, que era garante de la neutralidad de Bélgica, entró en la contienda y declaró la guerra a Alemania. Alberto se puso él mismo al frente de las tropas en defensa de su país. Por ello fue muy querido y admirado por sus súbditos. El rey practicaba el alpinismo de incógnito en Europa y en 1934 tuvo una caída precisamente escalando y como consecuencia de las lesiones murió.
Le sucedió Leopoldo III, otro monarca de ingrata recordación entre los belgas y entre nosotros los colombianos. Este Leopoldo, como tantos reyes, tuvo muchos nombres. Se llamaba Leopoldo Felipe Carlos Alberto Meinardo Humberto María Miguel, mejor dicho Leopoldo III. Durante la Segunda Guerra Mundial fue acusado por no oponer suficiente resistencia a los nazis, haber aceptado rápidamente la ocupación y no haber huido a Inglaterra a dirigir desde allí su reino como hicieron otros monarcas, el de Noruega entre ellos. Hitler lo mantuvo recluido en un palacio durante la contienda. Terminada la cual Leopoldo debió soportar la animadversión de sus súbditos; por ello abdicó en 1951 y se dedicó a su pasión, la arqueología y los viajes. En este punto su vida se enlaza, o mejor, se enreda con nuestra historia.