El año 2025 posee un excepcional número casi apocalíptico o de ciencia ficción que nos invita a la imaginación, porque llegamos a un punto de nuestra era que nos hace vivir con pasión en la nave de un nuevo milenio lleno de inventos asombrosos y peligros acechantes surgidos de lo más profundo del pasado, como si la humanidad no pudiera nunca deshacerse de los fanatismos y las pulsiones cainitas, pero a la vez avanzara como nunca en la exploración de los misterios de la vida y el cosmos.
A un lado están las guerras terribles, presentes en todos los puntos cardinales, donde cientos de miles de personas son aplastadas día a día por la máquina trituradora de la violencia, ahora practicada con armas y tecnologías nunca imaginadas. Miles de niños, mujeres y ancianos perecen bajo las bombas, los misiles, los disparos de ametralladoras y los vuelos de drones y son víctimas de atropellos, mientras los dueños del mundo se mueren de la risa.
En pleno siglo XXI siguen existiendo ghettos sin hospitales donde los niños crecen viendo miseria, hambre y mutilaciones dejadas por las armas usadas por gobiernos y potencias en la más absoluta impunidad e indiferencia, convertidos en un rentable espectáculo televisivo. El espectáculo de niños huérfanos y heridos, madres adoloridas, mujeres que ven perecer a sus hijos en las guerras, debería conmover a la humanidad y generar protestas en el mundo, pero no es así. La humanidad asiste impotente a este horror provocado por milenarios fanatismos religiosos y codicias múltiples de plutocracias, ávidas de más riquezas y territorios.
Pero al otro lado, el siglo XXI también genera noticias magníficas sobre los avances de las ciencias, que escrutan y descubren a fondo lo más pequeño y lo más infinito y abren ventanas al conocimiento de nuestros cuerpos y con sus telescopios espaciales a lo más profundo del universo, en espirales mágicas de ilusión.
Podemos ahora escrutar en el pasado lo que pensaban los humanos de 1025 sumidos en Europa en los tiempos de la llamada Edad Media, antes de la aparición, del mítico San Francisco de Asís o del gran viajero y curioso veneciano Marco Polo, que dedicó un cuarto de siglo a recorrer el mundo más lejano y exótico. O lo que pensaban en el año 25, hace 2000 años, en en Imperio Romano los contemporáneos o descendientes de los profetas.
Hace un milenio en nuestra era la vida continuaba rauda en territorios apagados donde antes florecieron las civilizaciones griega y romana, y sabios e iluminados continuaban reflexionando y delirando en los insomnios de aquel tiempo al calor del fuego, en los misterios que tarde o temprano llevarían a la aparición del pensamiento científico y el Renacimiento, una era que inauguró la modernidad y se proyectó a nuestros tiempos con la imprenta de Gutenberg. Seres humanos pendientes de las estrellas y sus misterios, sedientos de indagar.
Y aquí en América durante milenios las civilizaciones amerindias del norte, centro y suramérica, olmecas, mayas, teotihuacanos, mixtecos, zapotecas, chibchas, y las que florecieron en Perú y otras partes, construían pirámides, observatorios, ciudades, carreteras y danzaban junto a los templos en una incesante algarabía de tambores e instrumentos de viento invocadores del más allá.
Todo eso nos invita a vibrar con la imaginación este año 2025 que comienza con su bello número enigmático. Un año que nos tocó vivir con temor y esperanza, pues somos los contemporáneos de una era incierta que un día será recordada e imaginada por quienes pueblen el mundo en los próximos milenios, así como nosotros imaginamos hacia atrás los universos pasados de la ficción.