“Este mes se cumplen sesenta años de la toma de Simacota, que significó la aparición del segundo grupo guerrillero en importancia en la década del 60, el Ejército de Liberación Nacional (Eln)”. Así empieza la columna de opinión de Alfonso Gómez Méndez en el periódico El Tiempo del miércoles. Todo el texto se refiere a las que han sido insalvables dificultades para negociar la paz con esta organización insurgente. Muy grave que el cumpleaños de esa guerrilla coincida con el rompimiento, otra vez, de las conversaciones de paz que ha venido sosteniendo con el Gobierno de Gustavo Petro. Y muy grave para el presidente que no se haya cumplido su predicción de negociar la paz con ese grupo “en tres meses” después de ser elegido para el cargo. Por la boca muere el pez.
Por segunda vez en menos de cuatro meses, desde el ataque contra la base militar de Puerto Jordán (Arauca), el presidente amenaza con ponerle punto final al precario proceso de paz que su Gobierno inició hace más de dos años con la guerrilla del Eln. Increíble que un exguerrillero miembro de una agrupación que negoció la paz no haya tenido la perspectiva histórica para entender las enormes dificultades que entrañan este tipo de conversaciones, con una agrupación como el Eln que nació inspirada en la revolución cubana y cierto aire de fundamentalismo religioso. Petro debió conocer la larga historia de las negociaciones fracasadas con esta guerrilla: “siempre fue el movimiento más renuente a las negociaciones políticas, a pesar de los esfuerzos de todos los gobiernos, incluido el de Álvaro Uribe.
En el de Pastrana, además del despeje del Caguán, se tuvo mucha ilusión en las conversaciones con el Eln en Maguncia, en las que intervinieron comisionados de paz, miembros de la sociedad civil como el magistrado Carlos Gaviria, el procurador general Jaime Bernal y el presidente de Fenalco y ministro del Interior de Uribe Sabas Pretelt de la Vega”, nos lo recordó Alfonso Gómez en su artículo. Hace cinco años, el Gobierno de Iván Duque se levantó de la mesa de negociación con esa misma guerrilla cuando ocurrió el atentado con carro bomba que este grupo armado perpetró en la Escuela de Cadetes de Policía, general Francisco de Paula Santander en Bogotá.
La suspensión de estos diálogos espanta cualquier posibilidad de conseguir lo que el presidente Petro llamó con desmesura verbal, la Paz total. Hasta ahora lo que hay son unas conversaciones dispersas, fragmentadas, sin orden. Lo único que ha logrado el Gobierno hasta ahora es la balcanización de algunos grupos, lo que ha provocado, de paso, la ira de los mandos centrales; la chispa que detonó ahora la guerra en Arauca es en buena parte fruto de esa balcanización. Por el lado de las bandas criminales, es decir, aquellas cuya actividad no se enmarca en el concepto del delito político, hay diálogos sin marco jurídico porque el Gobierno no ha insistido en la iniciativa legal que les dé viabilidad y claridad a esas conversaciones. Mientras tanto, agrupaciones como el Clan del Golfo, se expanden, y copan vastas áreas del territorio nacional.
La reciente posesión ilegítima de Nicolás Maduro en Venezuela complica más el escenario: el Eln se reasegura la protección que le ha brindado ese régimen por años. Si la actitud ambigua de Petro frente al reconocimiento de la investidura de Maduro ha sido fruto de la necesidad de mantener a ese país como garante y anfitrión de las conversaciones de paz con el Eln, esta nueva circunstancia lo tiene que obligar a revisar su actitud, sobre todo en el entendido que mientras el régimen venezolano siga albergando y protegiendo a los jerarcas del grupo guerrillero, menos urgencia tendrán de negociar la paz. Se pueden mantener relaciones comerciales sin vínculos diplomáticos formales.
Otro elemento desestabilizador derivado del rompimiento de esas conversaciones es la imposibilidad para el Gobierno de garantizar unas elecciones en un marco de normalidad. En un comunicado del grupo insurgente, declara objetivo militar a comerciantes y empresas como Ecopetrol, con presencia en Tibú y El Tarra. Y no hay que olvidar que el Eln tiene presencia en muchos otros territorios del país donde su actividad puede afectar gravemente el normal desarrollo de las elecciones (¿a quién le podría convenir?).