Hernán Jaramillo Ocampo (1915-1989), economista, empresario y político conservador caldense, en tiempos del bipartidismo, antes de que los partidos políticos, carentes de ideologías, explotaran en pedazos, entre muchos cargos que ocupó fue ministro de Agricultura en el Gobierno de Misael Pastrana Borrero (1970-1974), del que se separó por agrias discrepancias con doña Bertha Hernández de Ospina, columnista del diario La República (El Tábano), polémica y frentera, y esposa del presidente Mariano Ospina Pérez (1946-1950), poderoso e influyente dirigente nacional.
Cuando un periodista le preguntó al doctor Jaramillo por qué había renunciado al Ministerio, contestó: “Porque casé una pelea muy mal casada con una señora muy bien casada”.
En otro caso de lógica elemental, de menos altura que el anterior por la calidad de los protagonistas, don Bonifacio Naranjo, de Circasia, gallero, liberal y buscapleitos, cuando los tristemente famosos policías chulavitas tenían la misión, delegada por el sectarismo irracional, de acabar con las mayorías liberales, se enfrentó a los 6 agentes que tenía el pueblo, armado con un pequeño machete.
Por su fuerza y habilidad ganaba la pelea, hasta que el cabo Flórez, fusil en mano, conminó a Bonifacio: “Se rinde o lo quiebro”. Y éste, secándose el sudor de la frente con la manga de la camisa, soltó el machete y dijo: “Yo soy guapo, pero no pendejo”.
Las bravuconadas contra contendores superiores, o frente circunstancias adversas, no son más que alardes de poder ilusorio, que no conducen a nada positivo y pueden llevar a daños irremediables, o a derrotas vergonzosas.
“Si no puedes vencer, únete a tu enemigo”, reza un viejo proverbio, que es la estrategia de los gobernantes sabios, que, ante su debilidad, económica y militar, procuran hacer alianzas que los fortalezcan para alcanzar metas nobles, como la prosperidad y la paz, porque su responsabilidad, por encima de todo, es el bienestar de los pueblos que representan y administran.
La lógica enseña, además, que, en el caso de la economía, enfrentar a los poderosos dueños del capital que alimenta la producción y el consumo, por soberbia irracional, es un acto suicida, demencial, del que las víctimas son productores de bienes y servicios, trabajadores migrantes y agricultores, industriales que demandan tecnología y asesoría profesional, instituciones de educación, salud y cultura…
También, las peleas ideológicas afectan a la infraestructura vial que requiere de cuantiosas inversiones, así como a la extracción de recursos naturales, sometida a la contingencia de ser más o menos exitosa; o, definitivamente, fallida.
El incalculable daño que los gobiernos populistas les han hecho a sus pueblos tiene que ver con la miopía de individuos delirantes, que, apoyados en resultados electorales que consideran patrimonio personal, terminan por transitar por espacios ilusorios y perdiendo la razón, ciegos y sordos ante la realidad, arrastrando al abismo a las comunidades puestas bajo su responsabilidad, por casar peleas.