Diciembre es una época en que las ventas se aceleran a un ritmo frenético. Siempre ha sido así; pero hoy más que nunca, pues con la aparición del mundo digital todo se incrementa. El sistema capitalista, en su lógica primaria, busca mover más rápido la rueda de la producción-venta-consumo, sin pausa y eternamente. Por mucho tiempo el sistema “funcionó bien”, sin mayores inconvenientes. Pero hoy la cosa es bien diferente, la producción desbordada del siglo XX y muy especialmente la del XXI nos está envenenando, un veneno muy dulce, placentero, pero letal.

Las empresas globales más exitosas han desarrollado muy sofisticados métodos para vender más y más, para ir mucho más allá de la necesidad del consumidor, para cambiar su cerebro y hacerlo adicto a las compras. Dos ejemplos notorios: 1) la industria de la ropa: se pasa de dos colecciones al año a una mensual, y con las ventas por internet todos los días sale algo nuevo, de lo cual el consumidor se ‘antoja’. Se vende a bajo costo, pero la ropa no dura nada, y como es barato muchas veces los compradores caprichosos, cada vez más, ni usan la ropa y luego la botan. Marcas como Zara, H&M, Gap, Primark son campeonas de este delirio. Se calcula la producción de prendas de vestir en el mundo en 100.000 millones al año. El ‘comprar a un click’ es el diablillo que prende la adicción. Se ha desarrollado una ciencia de la manipulación para que la gente compre sin parar.

Para que las ventas sigan creciendo al infinito, en un mundo finito, todo se produce para que dure poco y haya que comprar más. Ya en 1925 los productores de bombillos crearon un cartel para bajar de 2.500 las horas de uso de una bombilla a 1.000. Apple produce sus teléfonos haciéndolos prácticamente irreparables; al año se tiran a la basura 5.000 millones de aparatos. Los airpods (audífonos) están sellados completamente, duran año y medio y es imposible reparar sus baterías.

Para sostener estas máquinas de producir desaforadamente, más de lo que necesitamos, 24 horas al día, muchas empresas acuden a la mentira sistemática, aprovechándose de su credibilidad. Se olvidan de lo que pasa con el producto una vez vendido y desechado, no es su problema. Un dato escalofriante: solo el 10 % del plástico en que viene empacado todo se puede reciclar, lo demás queda en algún lado: la tierra, el agua o el aire. Y queda por siglos. Muchas grandes corporaciones fingen preocuparse por lo ambiental, pero es pura mentira, solo campañas de maquillaje para ocultar un feo rostro de sus actividades y su impacto. Amazon solo hasta 2019 presentó una política ambiental y eso porque los trabajadores amenazaron con huelga. Luego de esto su huella de carbono aumentó 40 % en dos años. Otro dato: en el mundo se producen al año 400 millones de toneladas de desperdicios plásticos y 50 millones de desechos electrónicos. La sofisticación del consumo termina en vertederos del desierto de Chile o en las playas de Ghana.

Hay que producir menos y distribuir mucho mejor.

Si al lector le interesa este tema, y le debería interesar, vea el documental “Conspiración consumista” de Netflix. Ah, existen héroes que trabajan para revertir esta tendencia demencial.