La tradición panelera en Caldas se enfrenta a la falta de trabajadores y la informalidad. Alonso García, de Neira, lleva 50 años en el oficio y lucha por mantener vivo este legado.

Fotos | Freddy Arango | LA PATRIA

La tradición panelera en Caldas se enfrenta a la falta de trabajadores y la informalidad. Alonso García, de Neira, lleva 50 años en el oficio y lucha por mantener vivo este legado.

Autor

LEIDY TATIANA CEBALLOS

LA PATRIA | MANIZALES

En el trapiche de don José Antonio Tapasco, en la comunidad del Guascal de Supía, el humo asciende lentamente, como si el tiempo decidiera tomarse un respiro. Con una sonrisa tranquila y mientras mueve el jugo de caña en el caldero con una pala, don José comenta: “Molemos cada 15 o 20 días; sacamos unas 20 pacas con 24 atados cada una y cada atado pesa un kilo. Las vendemos aquí, en la comunidad. Aunque encontrar gente para ayudar es complicado, siempre hay alguien que se acerca”.

El fuego crepita bajo el caldero y el aire se llena con el aroma dulce de la panela que José Antonio produce. Esa escena, tan cotidiana como simbólica, encapsula la lucha diaria de mantener viva una historia que, a pesar de los desafíos, persiste con la esperanza de no desaparecer. Según la Alcaldía de Supía, cerca de la mitad de sus 51 veredas son paneleras, con unos 300 trapiches en funcionamiento. Una tradición que no es ajena a una realidad amarga: cientos de trapiches en Caldas, que sostienen a cerca de 1.200 familias, se enfrentan a la falta de trabajadores.

En la Finca La Ramada, ubicada en la vereda Dantas de Neira, Caldas, se muele caña cada ocho días, produciendo entre 35 y 40 pacas de panela artesanal, manteniendo vivas las tradiciones rurales de la región. 

En Neira, William Hincapié, exprofesor de agronomía de la Universidad de Caldas, encontró en los trapiches un proyecto de retiro que ahora reconsidera. "De cinco trapiches, quedan dos en mi zona. Podría moler cada ocho días, pero no hay gente. Los jóvenes se fueron; solo quedan trabajadores de 45 años en adelante", explica. En su mejor semana, William produce con esfuerzo 120 pacas; apenas logra sostenerse.

Guillermo García, también de Neira, se enfrenta a una realidad similar. Con más de 15 años en el negocio, lamenta que la falta de mano de obra esté acabando con el legado de sus abuelos. “Con buena gente se producen 120 pacas semanales. Sin embargo, encontrar trabajadores es casi imposible. Nos vamos a quedar sin con quién moler la caña”, dice preocupado.

En Filadelfia, Raúl Andrés Giraldo, heredero de un negocio familiar de 50 años, se contrapone a una decisión devastadora. "Éramos 30 trabajadores y ahora solo somos siete. Antes sacábamos 80 pacas por semana, hoy apenas llegamos a 30. Podríamos producir 200, pero no hay manos. Estoy pensando en acabar con el negocio", confiesa. Asegura que este municipio del noroccidente de Caldas, que hace una década producía 4 mil 500 pacas semanales, ahora lucha por alcanzar las 500.

 

Un cambio de percepción

Ramiro Ocampo y los trabajadores comienzan la molienda de caña a las 2 de la mañana en la Finca La Ramada. Trabajan hasta las 5 de la tarde.

La producción de panela en Colombia, que genera más de 270 mil empleos directos y mueve alrededor de $3,3 billones al año, enfrenta un marcado declive. Según Carlos Mayorga, gerente de Fedepanela, el consumo interno ha caído un 48% en los últimos 17 años, como consecuencia de cambios en los hábitos alimenticios.

Además, factores como la falta de tecnificación, la limitada transferencia de conocimientos a nuevas generaciones y una percepción de "poca practicidad" del producto erosionan el sector. Según la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (UPRA), la producción, principalmente artesanal y familiar, carece de modernización.

Aunque el panorama interno es complejo, hay oportunidades en el mercado internacional; especialmente con la exportación de panela orgánica a países como Estados Unidos y España, donde se valora su sostenibilidad y calidad premium.

Para contrarrestar estos desafíos, Fedepanela y otras entidades promueven la tecnificación del sector, la reducción de costos de producción y el diseño de campañas para mejorar la percepción de la panela como un producto versátil. Además, con iniciativas de formación agroindustrial buscan capacitar a jóvenes y atraerlos al sector.

 

Las dos caras de la panela

María Yoneida Molano, de 31 años, encontró en el trapiche del Guascal una fuente de ingresos estable. "Hace 10 años que empecé. De cada paca de panela nos toca de a $18 mil y eso se divide entre los trabajadores. Nos va bien", comenta. Por otro lado, Alfonso Quintero, extrabajador de un trapiche en Salamina, describe una experiencia diferente. “Es un trabajo pesado y mal pago. Hace 15 años me ganaba $22 mil diarios; ahora estoy en una aguacatera y me va mejor”.

Fernando Gómez, quien tuvo un trapiche en Filadelfia, expone un problema en el sector: "El campo está solo porque la gente no quiere trabajar y quiere plata. Ya cerramos más de 18 trapiches en la zona. Después de viejo, me tocó trabajar ahí, pero era insostenible". Guillermo Aristizábal, panelero del mismo municipio, relata cómo las cooperativas del producto en la región, a pesar de su aparente intención de apoyar al gremio, terminan siendo "un saludo a la bandera".

Explica que, aunque iniciativas como la de Neira y Filadelfia han surgido, no han logrado impactar positivamente a los productores. "La paca de panela está a $120 mil, pero cuando uno la vende, le pagan a los quince días y, además, a un menor precio", comenta. También menciona que, en Filadelfia, una máquina para pulverizar panela donada nunca llegó a funcionar. Finalmente, resalta que, en los 100 años que su familia ha dedicado a la producción panelera, no han recibido apoyo alguno ni de las cooperativas ni de Fedepanela.

 

Hacia un futuro más dulce

El futuro de la panela en Colombia tiene grandes desafíos, pero también está lleno de oportunidades. Con una producción que abarca 564 municipios del país, según la UPRA, este sector sigue siendo fundamental para familias rurales. Sin embargo, su sostenibilidad depende de cambios estructurales urgentes.

Según Yesid Galvis, productor del departamento de Cundinamarca, tecnificar los procesos productivos requiere inversiones que oscilan entre $1.200 millones y $5 mil millones; una apuesta que permitiría a los productores mejorar sus condiciones laborales y obtener una mayor parte de las ganancias.

El sector panelero en Colombia presenta altos niveles de informalidad que, según Fedepanela, alcanza entre el 70% y 80% de los productores. Esto significa que la mayoría de quienes trabajan en la industria lo hacen sin acceso a seguridad social, financiamiento ni los beneficios que trae la formalización. Estas cifras evidencian la fragilidad de un sector afectado por la falta de tecnificación y la dependencia de métodos de producción artesanales.

Esta informalidad dificulta que los campesinos se adapten a las demandas del mercado moderno y limita su capacidad para competir nacional e internacionalmente. Tecnificar los procesos, reducir los intermediarios y asociarse son estrategias fundamentales que, de implementarse, podrían garantizar la sostenibilidad y mejorar la calidad de vida de quienes dependen de este trabajo ancestral.

Si no se toman estas medidas, el sonido del trapiche, el calor que emana del caldero y el dulce sabor de la panela, que aún se percibe en las veredas de muchos pueblos, podrían quedar solo en los recuerdos de quienes alguna vez los vivieron.


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