El café es para muchos colombianos más que una grata bebida, aromática y estimulante, el símbolo de una cultura, un sistema económico y una forma de vida. Aunque las costumbres sociales han evolucionado, y fenómenos como la violencia influyen radicalmente en la cotidianidad de las comunidades, en las zonas cafeteras se mantienen costumbres arraigadas en la idiosincrasia de la gente. 

Por eso es importante hacer remembranza de los hechos en los que ha influido el café, a partir de su aparición en la agricultura del país, después de un largo periplo que se inició en la lejana Etiopía o Abisinia, recaló en Colombia, inicialmente en los santanderes, oriente del país, y luego se trasladó al departamento de Caldas, por gestión de empresarios que desarrollaron la caficultura con éxito, gracias a características climáticas, topográficas y de calidad de la tierra, que resultaron providenciales. 

De ahí se expandió el cultivo del café a otras regiones colombianas, pero el desarrollo profuso, sostenible y de excelentes resultados sociales y económicos se dio principalmente en el que ahora se identifica como “Eje Cafetero”, que motivó el reconocimiento de la Unesco a un sector de Caldas, Risaralda, Quindío y parte del Valle del Cauca y el Tolima como “Paisaje Cultural Cafetero”.

La “ignorancia ilustrada”, como acertadamente llamó alguien a los economistas que poseen más diplomas que sentido común, desde los escritorios de la burocracia oficial, mira la caficultura como un renglón más del sistema tributario, de espaldas a la realidad histórica que identifica al café como el motor del desarrollo del país, generador de divisas y creador de mano de obra, que ha estimulado otros frentes de producción, ocupando trabajadores no calificados y dinamizado el progreso y desarrollo rural, con vías terciarias, escuelas y colegios, puestos de salud, energía eléctrica, acueductos y telefonía.

Además, recientemente, con tecnología para preservar el medio ambiente y sistemas informáticos, elementos que hacen que los sectores donde se concentra la producción cafetera tengan unos índices de calidad de vida muy superiores a otros. Alrededor de la industria cafetera han surgido líderes que han jalonado el progreso colombiano e identificado un modelo económico que ha prestado al país invaluables servicios. Dos nombres son suficientes como ejemplo: Manuel Mejía Jaramillo, Míster Coffee, gestor magnífico de la Federación Nacional de Cafeteros; y Pedro Uribe Mejía, don Pedro, caldense, líder cafetero ejemplar, modelo de ponderación y sentido común.

Hechos recientes dan cuenta, para enaltecer aún más los méritos de la caficultura, de organizaciones femeninas emprendedoras, jóvenes con iniciativas de producción avanzadas en eficiencia, abundante oferta de marcas de café orgánico generadas en las fincas con recursos técnicos a la mano y comercializadas persona a persona, que mejoran los ingresos de los productores, sin más inversión que el conocimiento del cultivo, la experiencia en la selección de calidades y el trabajo de pequeños propietarios y sus familias. Inspirados por un tinto, dirigentes cívicos, políticos, intelectuales y empresarios han protagonizado buena parte de la historia de Colombia.